viernes, 26 de enero de 2018

Caminito del Rey. 14 de enero del 2018

Apretujado contra otro sufrido viajero en el asiento del autobús atiborrado que nos trae de vuelta al restaurante, ropas empapadas y cristales velados por el vaho, puedo vislumbrar apenas el recorrido final de otro grupo de temerarios inconscientes que, desde la distancia, parece mismamente que caminara suspendido en la pared vertical de la montaña. Me da repelús pensar que tan sólo unos minutos antes éramos nosotros quienes desafiábamos a la prudencia y a la misma ley de la gravedad: terminábamos de hacer el famoso Caminito del Rey. Antonio Luna y Pilar, Paqui y Jaime, María Jesús, la Peque y un servidor hemos sido los aguerridos protagonistas.

Ha llovido mucho desde que allá por el año 1921 el rey Alfonso XIII se llegase de mala gana con su séquito de trescientos chupópteros a poner la última piedra de este descomunal monumento de ingeniería, de esta obra sin parangón, que debió ser bautizada como caminito de Benjumea, preclaro ingeniero sevillano que lo ideó para tránsito seguro de los operarios que construían el pantano del Chorro, y nunca como caminito del Rey que no tuvo más mérito que andurrear apenas la mitad del trayecto y poner sus reales cojones sentado para tomar un aperitivo sobre la última piedra de tan espectacular trazado.

Ha debido, en efecto, llover mucho desde entonces. No lo pongo en duda. Pero dudo que ningún día pasado lo haya hecho más y de manera más cansina que en el día de hoy. Pilar nos lo tenía advertido "Seguro que nos llueve", pero no le hicimos mucho caso porque es una mujer muy fatalista, todo lo contrario que "El Luna", su marido. Y además, que ya teníamos contratada la visita desde un mes antes. No había más remedio que arriesgarse y fuese lo que Dios quisiese.

Prohibido entrar con paraguas. No lo pone en ningún cartel al uso pero nos lo deja muy claro la señorita que controla la entrada de los distintos grupos. Por lo visto es peligroso caminar por estos tajos con paraguas, por aquello de atraer los rayos -y más en día como el de hoy- y porque son elementos con los que es fácil tropezar o hacer tropezar a alguien. La seguridad por encima de cualquier otra veleidad, qué más da empaparse vivo. Como tampoco han considerado los guías que el temporal fuera para tanto, no se suspende la visita. De manera que nada, a mojarse.

Tres largas horas de lluvia pertinaz y tontorrona en la intemperie sobrecogedora no han sido capaces, sin embargo, de privarnos del disfrute de un espectáculo singular, extraordinario, único. Y no sólo visual -el más llamativo, lógicamente- sino sensual en el que todos los sentidos participan en la percepción tan agradable de algo nuevo, desconocido, salvaje, oculto a tan pocos kilómetros de la civilización. El río Guadalhorce es el culpable de todo. Un riachuelo ridículo que por la vega de Antequera se pasea manso, escuálido e inocente, cuando no seco, se torna furioso y poderoso en estos nuevos parajes hasta el punto de rajar la montaña en dos, produciendo un desfiladero tan estrecho y profundo como si fuese un cuchillo que se hunde y corta un grandísimo queso. 

Y el asunto está en caminar como si tal cosa por un sendero labrado en la mitad de esas paredes, con el cielo por arriba y el río bravo por abajo. Y también en la contemplación casi espiritual del vuelo majestuoso de los buitres y de cómo luego se colocan ordenadamente en formación, uno al lado del otro, con las alas extendidas para secarse en los picachos de la montaña, una cosa tan espectacular que nos parecería ensayada si no fuera impensable. Y en la fantasía de humanizar las caprichosas formas que la erosión de siglos ha esculpido en estos cerros calcáreos. Y en ver pasar el tren penetrando literalmente el monte y perdiéndose de vista para siempre. Y en escuchar las historias remotas, los accidentes y anécdotas que Pedro, nuestro ilustrado guía, nos va relatando. Y en contemplarnos a todos, los unos a los otros, amigos y extraños, con nuestros cascos torcidos y chorreantes. Y en ver a Jaime acurrucarse bajo los algarrobos para no recaer de su reuma con tanta humedad. Y en afinar la vista por localizar alguna pelea a testarazos de los machos cabríos, cobijados todos en sus cuevas por mor del temporal...

Y la lluvia lenta y cansina -valiente tostonazo- me devuelve sin remedio a san Eulogio, el estadio de fútbol  que hay en el Campo de la Verdad, y que el ayuntamiento de Córdoba le prestaba al seminario todos los jueves y los domingos alternos. El equipo oficial del seminario, el SP 68, jugaba los domingos, lógicamente. Nosotros, la Unidad B, como se dice ahora, lo hacíamos los jueves. Éramos buenos -perdonadme la inmodestia- pero, sobre todo, éramos cabezotas, las tardes de los jueves eran para el fútbol lloviera, tronara o venteara. No podíamos desperdiciar un campo como aquel de dimensiones reglamentarias, con sus porterías de siete metros y medio y con redes, de tierra batida y asentada, con sus gradas y sus vestuarios. Nada que ver con los campos de los Ángeles ni con los patios de san Pelagio. Y la lluvia. No sería así, claro, pero mis recuerdos de san Eulogio lo son siempre lloviendo. Me encantaba, yo creo que a todos, jugar bajo la lluvia, embadurnarme de barro y resbalar por los suelos. Marcar un gol de cabeza un día de lluvia con el balón embarrado era un auténtico subidón, la jaqueca te fastidiaba media hora pero el regusto perduraba hasta el jueves siguiente. Los había tiquis miquis, como Luis Enrique o José Luis Roldán, estilistas de secano, cuyos regates en corto fracasaban en un terreno tan pesado. Y los había también esforzados de humedales, Paco Ruiz Roldán, Antonio Estepa y Joaquinillo Baena a la cabeza. Hablamos de otros tiempos y éramos personas distintas de lo que hoy somos. En 1969 teníamos dieciséis años y no nos estorbaba el reuma ni se nos encogía el pecho. Y luego, mientras atravesábamos el puente romano camino de vuelta hechos unos auténticos Ecce homos, soñábamos con el puñado de higos secos que nos esperaba en el comedor como merienda. Hoy somos achacosos, es natural. En el autobús de regreso vamos exhaustos y con la humedad en los huesos. Pero en vez de higos secos nos hemos zampado en el restaurante un plato de los montes a base de migas, huevo frito, lomo de orza y papas a lo probe. Es lo que tienen los tiempos. Que cambian. Que cambiamos.




10 comentarios:

  1. Justo el tipo de excursión que a mí me chifla, aunque la prefiero sin caladero y sin resbalones. Como tú dices ya no somos lo que éramos.
    Recuerdo el campo de fútbol que mencionas, pues algunas veces fuimos a veros jugar o entrenar.
    Gracias una vez más por ilustrarnos con tus andanzas.

    ¿Tienes algún consejo práctico o recomendación para crear un blog? Estoy considerando, si la cosa no es muy complicada, hacerte un poco la competencia. No temás, soy bastante perezoso y no rindo ni la cuarta parte que tú. Todo sea por animar un poco más el cotarro.

    Un abrazo y gracias anticipadas.
    Pedro

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  2. Gracias Pedro.
    Soy muy malo con todo esto del mundo on line. Mi blog lo creó para mi mi hija.
    Mañana intentaré explicartelo una vez hable con ella.

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  3. Una vez más amigo José María, nos deleitas a quienes te leemos con un derroche literario de intrépida acción, que nos engancha.
    Retratando magistralmente las peripecias de unos atrevidos excursionistas, deambulando bajo la lluvia por unos acantilados impresionantes.
    Mientras que los buitres oteando el terreno en formación, revoloteaban alrededor.
    El campo del san Eulogio era un sitio más tranquilo sin duda, aun con lluvia y barro.
    Mis felicitaciones y aplauso, por vuestra valentía y aguante en semejante escenario.
    Un fuerte abrazo.
    Juan Martín.

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  4. No creas, Juan Martin, que san Eulogio era un sitio tranquilo. Sobre todo si te tocaba Antonio Estepa de defensa central contrario, y arbitraba don José María Lucena Aguilar Tablada, que me tenía manía. Jajaja.

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  5. Mensaje para Pedro Calle: querido Pedro, mi hija me ha explicado con detalle todos los pasos que hay que dar para abrir una cuenta de blog. Naturalmente, yo lo he intentado a solas en mi casa y no he dado una. Se maolvidao to.
    Mi consejo para ti es que te pongas en contacto con nuestro inefable Rafa Vilas, magister materiae, perito entre peritos, para que él te ilumine mucho mejor que yo.
    Un abrazo.

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  6. Jose Maria, me ha sorprendido tu personal "imprudencia" para completar el Caminito del Rey. La verdad es que también me das una sana envidia. Aunque me encantan este tipo de excursiones y he contemplado muchas fotos de gente haciendo tan espectacular recorrido, creo que nunca me atreveré a hacerlo, a causa de mis vértigos casi insuperables.
    Gracias por evocarnos los lejanos recuerdos de aquellos partidos de fútbol en el campo de san Eulogio. Tengo muchos recuerdos de aquellos jueves, disfrutando bajo la lluvia, en un terreno de juego completamente embarrado.
    Todos los compañeros que has nombrado eran excelente jugones, empezando por ti mismo, aunque a veces "chupabas " mucho balón. Me desgañitaba pidiéndote que me pasaras la pelota...Bueno es que me hartaba de correr para tocar muy pocos balones...
    Ahora nos caen cuatro gotas en la cabeza y nos tiramos tres días en la cama con fiebre. Qué vida esta !!!
    Recibe un fuerte abrazo.

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  7. Manolo, qué risa, yo buscaba a los mejores para pasarles el balon. Si te lo pasaba a ti lo perdiamos. Jajaja.

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    1. José Maria eres un cachondo...me podías haber dicho que no me pasarías el balón ni en sueños y me habría ahorrado el viaje...
      De esa experiencia descubrí, con 50 años y un poco tarde, que lo mio eran las carreras, como Forrest Gant. En once años he hecho 32 medias maratones pero al balón siempre le di regular...Bueno de portero en el patio de cemento me divertía mucho.

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  8. Bueno, está claro que lo has intentado.
    Te lo agradezco igualmente.
    Tengo en mi poder un libro de la biblioteca de "mi" pueblo que a lo mejor me dice los pasos que tú no has podido memorizar. El libro se titula Windows 10, vamos, ¡como para no conseguir un sobresaliente!
    Si lo consigo yo seré el primer sorprendido pues lo he intentado bravamente y he recibido una avalancha de mensajes, apremios, y sobre todo preguntas.
    Un abrazo.
    Pedro

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