jueves, 21 de diciembre de 2017

Mi amigo invisible

Quizás sea este año el primero en que no me sienta agobiado por las compras de Navidad. Lo del Lucas lo compraron mi mujer y mi hija en noviembre, mis sobrinos mayores ya peinan canas, y a los más chicos los conformo con el aguinaldo -el aguilando, en mi pueblo-. Bueno... No cantaré victoria antes de tiempo, aún me falta el regalo de la Peque, pero siempre queda el último recurso, el  del estuche-regalo de dos noches en un hotel con encanto. ¡Lo agradecido que le estoy al Corte Inglés por los apuros de que me saca! Hace años -muchos años- eran los bodys tan sugerentes, aquellos que cerraban con corchetes las partes pudendas y que yo arrancaba ansioso con las manos, con los dientes o con lo que fuera a la hora del usufructo; luego, años más calmados, vinieron los pijamas, prendas más decentes y adecuadas a nuestra edad. Y ahora, los hoteles con encanto a sesenta euros. Y para colmo de mi dicha, este año el regalo del amigo invisible viene con sorpresa.

Este año, mis amigos habían decidido que el regalo fuese algo reciclado, nada de comprar en grandes ni pequeños comercios, nada de alimentar el hiperconsumo. Cosas que tenemos apiladas y que llevamos años sin usar y que estén servibles, claro. Muy bien.

Hemos almorzado en casa de Paqui y Jaime mis amigos de Sevilla, los rocieros. Podemos concluir, sin lugar a dudas, que en ningún restaurante de la capital ni de fuera hubiéramos estado más a gusto ni hubiéramos comido mejor ni más saludable. Todo manufacturado por nosotros. Y digo nosotros con toda la intención, porque siempre se me acusa de no hacer ni el huevo, cría fama y échate a dormir. La Peque y yo teníamos el cometido de una crema de ajo blanco: estuve dos horas despellejando almendras, tío. Salió de rechupete. Pues eso, ajo blanco, ensaladas surtidas de aguacates, langostinos, naranja, jenjibre, su poquito de limón rayado y su poquito de curcumina; luego, unas migas serranas al estilo jaroteño o tarugo, da lo mismo, con su morcilla y sus dientes de granada; y para rematar, un asado de bacalao picado con patatas panaderas. Esta vez ha habido moderación incluso en los postres, cosa dada por imposible. María Jesús nos deleitó con un dulce típico de su pueblo que se parece en algo a la técula mécula: masa de pan con almendras, naranja y cabello de ángel, todo horneado. Una bomba. Probarlo nada más. Ya sabemos cómo se las gastan los extremeños a la hora del pesebre.

El reparto de los regalos fue, como era de esperar, lo más divertido. El mío, acertadísimo. Me enteré luego que fue Mariki mi bienhechora invisible. Un libro de recetas de postres y pasteles, y un delantal enterizo. La gracia era que el delantal lo había urdido recortando y recomponiendo un antiguo vestido de su hija. Me quedaba pintiparado, con sus flecos en las sisas, sus voleritos en los bajantes... En fin, que lo pienso usar, vaya.

Algo tenemos que hacer entre todos para intentar reinventar la Navidad. Vosotros, mis queridos lectores, que, como yo, habéis crecido en un espíritu navideño donde primaba el cariño, la cercanía, la familia, los mantecados caseros que se pegan al paladar, los regalos humildes y no por ello menos ilusionantes, los villancicos populares y el aguinaldo de los abuelos, vosotros y nosotros, todos, deberíamos, quizás, pararnos a reflexionar y a darnos cuenta de lo absurdo y banal de este consumismo superfluo y sin sentido. La inercia de lo común y la incisiva propaganda nos ha convertido a mucha gente en colaboradores necesarios para este consumo desaforado. Cierto que han cambiado los tiempos y las necesidades. No vamos a seguir viviendo en la pobreza de nuestra infancia. Claro que no. Pero in medio virtus, al menos eso, en medio. Ni tan poco, ni tan demasiado. Me entristece pensar que los humanos, con todas nuestras potencialidades, virtudes y glorias, tenemos también la curiosa y perversa costumbre de desvirtuar, a veces hasta el envilecimiento, aquello que es bello y hermoso.

Pero no quiero acabar con tristezas. Son días -y deben de serlo- de alegría compartida, de encuentros deseados, de comer juntos y de disfrutar, pero con prudencia. Os deseo a todos unas fiestas llenas de amor y amistad.
Hasta siempre.