martes, 21 de noviembre de 2017

Quien nace lechón...

¡Hay que ver lo que es la genética!... Los mismos malos andares de su madre, paso cortito, culo respingoncete y espalda vencida; la nariz, las cejas y la talla de su abuelo Manolo, alto y cargado de hombros... No somos solamente lo que comemos, también lo que heredamos.

A sus sesenta y cinco años recién cumplidos, este hombre de cuyas virtudes y veleidades hoy quiero hablaros posee bastantes ases en sus mangas, demasiados "triunfos" de los que debe de sentirse realmente orgulloso: la familia que le ha tocado, sus amigos, sus brillantes logros académicos, su misión "sagrada" de médico cercano y cariñoso... De ellos, no es el menor sino que hace gala de seguir siendo él mismo, la misma persona de siempre -permítaseme la inmodestia-, malas trazas y pobre porte incluidos. Salvando las distancias oportunas, algo parecido a lo de su amigo Agustín, mente preclara en cuerpo desaguisado.

Al igual que hiciera en Triana, ahora pasea a su perrita por las calles principales de Antequera -ciudad clasista y muy provinciana- ataviado de cualquier manera, exponiéndose sin pudor alguno a las posibles críticas de sus vecinos o incluso de gente de Palenciana que va de compras o de paseo. Le da igual. Y eso que antes de salir su mujer le hace el obligado pase de revista.

Hace unos días, de paseo con la Pelu, se detuvo un rato en la plaza del coso viejo a tomar el sol templado y agradable de la mañana sentados ambos, hombre y su can, en un banco de piedra todavía fresquito. Llevaba el hombre su atuendo habitual de calle, su kit de paseo, digamos: pantalón vaquero raído y colgón, camisa de cuadritos tapada por un jersey, y una cazadora de paño; y para protegerse la calva, una gorrilla vieja con su visera; la misma de siempre. En esto que, al cabo y entretenido con el móvil, no se percató hasta no tenerla de frente de la presencia de una bella señorita.
-Perdone señor... Buenos días.
Nuestro hombre levanta la vista del móvil y se topa con lo que vulgarmente conocemos los hombres como una tía güenísima: tiposa y esbelta, su altura natural realzada por unos tacones  de esos de aguja, un traje pantalón elegantísimo, primer botón de la camisa desabrochado... En fin, le pareció así, a bote pronto, una comercial de la industria farmacéutica, será por deformación profesional suya.
-Buenos días, señorita -responde un poco azorado por la sorpresa.
-Verá, es que acabo de aparcar aquí mismo, ese que ve azul es mi coche.
-Muy bien -le replica con esa sonrisa bobalicona que ponemos los tíos ante las gachises güenorras-. ¿Y qué quiere usted de mí?
-Pues que me diga cuánto es, ¿no es usted el encargado del aparcamiento?

Me entró un ataque de risa. Me disculpé y le dije que no, que yo estaba allí tomando el sol con mi perrita; y que se fuera tranquila porque ese aparcamiento no estaba tomado por ningún "gorrilla".

Ese mismo día, quizás a esa misma hora, a mi amigo Agustín Madrid Parra -otro que tal baila en cuanto a indumentaria- le estaban imponiendo la medalla de honor de la Academia Sevillana de Notariado. Cuando me lo comunicó por wassapt le contesté de broma que qué bonito, él laureado, y yo de guardacoches, que siempre ha habido ricos y pobres, que unos, tanto y otros, tan poco. "No todo el mundo puede nacer en la Añora"-me dice el tío.

En fin, que no se puede luchar contra el destino, quien nace lechón...