miércoles, 8 de marzo de 2017

Señales externas

A nuestra edad -bueno, me refiero a los sesentones- nos pasa que empezamos a detectar una suerte de achaques y de limitaciones que nunca habíamos considerado que nos llegaría. Nosotros, que nos hemos comido el mundo; nosotros, que hemos sobrevivido con éxito a una infancia y juventud de privaciones; nosotros, que hemos hecho una dieta mediterránea obligada, no había otra; nosotros, que somos herederos del Capitán Trueno y luego de los Beatles; nosotros, que comíamos gamboas apretadas y fatigosas en los recreos; que nunca nos hemos emporrado; que, a lo sumo, fumábamos cigarrillos de matalauva; que no usábamos condones porque no hacía falta, total para qué, si no había ocasión; que hemos abusado del "cascábitum est"... Nosotros, que nos creíamos inmunes a la enfermedad,  poco menos que inmortales, comprobamos ahora en carne propia nuestra inesperada, nuestra inoportuna, decadencia.

A estos nuevos síntomas que nos aquejan los vamos a denominar señales internas, alertas que nuestro propio organismo nos envía para que tomemos nota de la cercanía del invierno. El radiante sol de la juventud se ha ido haciendo tibio con los años, y ahora, en nuestro particular mapa del tiempo, solo aparecen las estrechas isobaras que nos amenazan con la lluvia de la artrosis en las caderas, las rodillas o las lumbares, el granizo de la sal y el azúcar, dañinos para la hipertensión o la diabetes, la ventisca de colesterol en el corazón fatigado o, lo que es peor, la tormenta perfecta del cáncer. En algunos afortunados serán solo pequeños chubascos de intensidad variable y de distribución irregular, y en otros más aciagos serán inundaciones mortíferas como no se recordaban. Señales internas.

No diré que peores, no; pero tampoco me hacen ninguna gracia las que llamaremos señales externas del envejecimiento. Señales digamos que sociales. Ya conocíamos una, acordaros, aquélla de la ignorancia que nos tienen los guardias de tráfico a la hora de soplar el alcoholímetro. "Siga usted, caballero, continúe". Claro, los civiles nos ven vejestorios y ni se dignan a que soplemos. ¡Con la ilusión que me hace!... Hoy mismo, esta misma mañana, he podido apreciar otra de esas señales. Una señal de la calle.

En una mañana de sol espléndido, la calle Asunción lucía su bullicio de gente desocupada y tiendas caras para mujeres de taco -¡viva la mujer! que hoy es su día-. Para más exorno, un grupo de muchachas en flor, uniformadas con traje azul y montadas en esos cacharros modernos motorizados de dos ruedas que parecen patinetes gigantes, se iba desplazando graciosamente, cada moza en su vehículo, calle arriba, calle abajo, ahora me cruzo por aquí, ahora me descruzo por allá, ofreciendo a la avenida, tan concurrida, un colorido y una viveza dignas de verse. Y compruebo que la misión de las chicas es abordar con su gracia y lozanía a determinados transeúntes para ofrecerles los servicios de una empresa que se dedica al examen y reparación de oídos torpes y viejos. GAES, se llama la empresa, la conocéis. Y ya podéis imaginar qué es lo que pasó: que una de esas chicas se me viene encima. ¡Qué bochorno! Solo se acercan a viejos, y ésta se ha venido contra mí. Disimulo mi sorpresa, la atiendo con amabilidad y rechazo la oferta alegando que soy médico y que, por el momento, mi oído es de lo mejor que tengo. Le doy las gracias y la chica se aleja en busca de otro anciano. Pero en el interim, se lleva un repaso visual global, desde su cola de caballo hasta las corvas, ya que uno no está para otras cosas al menos se alegra la vista.

Una diáfana señal externa. Otra más. Ya sabéis, cuando un guardia de tráfico os exima de soplar en una madrugada de bodorrio, o si una chica guapa os ofrece en plena calle un servicio de GAES... estáis advertidos: sois unos viejos.

Muy bien. Pero hemos llegado hasta aquí. Con gallardía.

2 comentarios:

  1. Efectivamente, son signos inequívocos del paso del tiempo. Pero a mí me vino bien lo de la GAES: a propósito del abordaje en plena calle se me descubrió un neurinoma en el oído equivocado que con controlar su crecimiento tengo bastante. Pero ha sido algo importante que se descubrió por mi "pinta" de jovenzuelo andarín.
    Gracias por tus desenfados artículos y sigue escribiendo, sigue sorprendiéndonos con esas atinadas finezas de la observación de la realidad...
    Un abrazo

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  2. No, no; pero si está muy bien eso de que te ofrezcan un servicio útil. Lo que digo es que no se lo ofrecen a los jóvenes, claro. Que si se fijan en ti, así a vuelapluma, es que eres un viejo. Jajaja.

    Un abrazo.

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