jueves, 16 de julio de 2015

Julio: calor y contrastes

Muchachos, me voy de vacaciones. Pasaremos el fin de semana en Benalmádena con nuestro nieto Lucas y sus padres, y luego subiremos con mis hermanos y algunos  amigos hasta el norte de Navarra, en la misma raya con Francia. ¡Ya está bien de calor africano! Es nada, en agosto vuelvo a la tarea.
 
Antes de irme quisiera compartir con vosotros estas reflexiones improvisadas acerca del verano. Cosas que se me ocurren por la calor.
 
He descubierto la bondad de los ventiladores. Como sabéis, hemos puesto ventiladores de techo en el pisito de Triana en vez de aire acondicionado. Una bendición. Fresquito natural que me permite dormir a gustito en pelota, incluso arropándome con la sábana a media madrugada. Medio culo dentro, medio culo fuera. Hasta que se despierta la Peque en uno de mis vuelcos, agarra el mando a tientas y lo desconecta. "Me da susto -se pone-, no vaya a ser que se descuelgue y nos degüelle". Ea.
 
En agosto, frío en rostro, dice el refrán. Es verdad. La calor verdadera ocurre en junio y en julio. Y no sólo este año. Lo de este año ha sido una pasada, hombre. Ayer tarde, sobre las nueve de la noche, los termómetros callejeros marcaban 41 grados en los jardines del Cristina. Tío, al lado del río. ¡41 grados! Cuando salgo del hospital, ni te digo: 46 grados en la calle. Mi perra, la Pelusa, se ha negado en redondo a salir a pasear conmigo por las noches. Cuando ve que busco el arnés y la correa se esconde debajo de la cama. Y al ratito asoma tres aceitunas negras pegadas en el algodón de su cara.
 
Julio es un mes tórrido por éstos nuestros lares. Tengo sensaciones contrapuestas para con este mes séptimo del calendario. Recordamos algunas muertes de jóvenes del pueblo en accidentes laborales, algún ahorcado en los olivos, la decapitación por hacha de José "Gitano" que tantas veces le he oído contar a mi padre, la muerte de mi propia hermana, los incendios de trigales en la Capilla... Un mes, en fin, de desdichas. Sin embargo, un mes felicísimo por otra parte: el meollo de las vacaciones; todas las tardes en el río; el cine de verano en el patio de Ignacio, a peseta y llevando la silla; el sentarse al fresco toda la casa y la vecindad hasta las tantas, los chaveas en la "graílla", los mayores en las butacas o en las sillas bajas; la Casera de limón fresquita "ancá" "La Chorro"; la siega y la trilla con mi padre, el picor de la paja en la era; la choza en el campo, el dormir al raso, los melones tempranillos... Pocas cosas más naturales y refrescantes que encontrar el melón que buscas en la mata al amanecer el día y oírlo crujir y partirse de salud delante tuya  mesma. Y luego que Julio tiene dos de las festividades más celebradas en mi pueblo, por lo menos antes era así: la Virgen del Carmen y el día de Santiago, días marcados por las mocitas para estrenar oficialmente la nueva moda del verano como anticipo para  la Feria. El día en que  el frío y despiadado olvido del Alzheimer llegue a mi casa para quedarse y barra de mi cerebro tantos y tan bonitos recuerdos me conformaría con que respetara, aunque sólo fuera eso, aquella tarde del 25 de julio del 72, día de Santiago, cuando me hice el encontradizo con la niña del "Araíllo" que bajaba Molina abajo hacia la carretera estrenando unas piernas de ensueño y de pecado embellecidas y alargadas más de lo natural por un vestido corto y ceñido de azafata.
-¡Qué haces aquí solo? -me dice.
-Aquí... -no me sale nada, Dios, ¿qué le digo?-, aquí... esperándote - le suelto. ¿Y tú? ?Dónde vas sola?
-Buscándote -se ríe la desvergonzada.
 
Aunque ya veníamos tonteando, yo creo que esa tarde comenzó nuestra gran y emotiva aventura. Le llamamos nuestro verano loco. Os recuerdo que por entonces yo todavía era seminarista.
 
Julio tórrido, mes de contrastes. Y de amores.
 
 
Hasta la vuelta.