miércoles, 28 de enero de 2015

La azafata

Tendríais que ver a la mujer.  A sus ochenta años -y tres meses, apostilla ella- podría pasar por sesentona resultona, como cualquiera de vosotras, mis queridas amigas lectoras. Delgada, estatura media, con cierto tipito, lo más llamativo de su estampa es un cara con ángel, un pelo tupido con brillos de plata y unos ojos grandes, más grandes aún por los rabillos pintados en las esquinas. Ésta va a Juanymedio y se la rifan.
La envían a mi consulta para que examine yo el estado de sus riñones. Un médico le ha dicho que "tiene grasa en los riñones y que le funcionan regular ná más".
Es una mujer entrante y dicharachera. Mientras busco en el ordenador sus análisis y su ecografía, ella se encara con mi estudiante, un chaval de sexto algo timorato.
-Oye, guapo, te veo mu callaíto -le suelta con una expresión juvenil.
-Bueno... -se excusa el pobre-, es que estoy pendiente del ordenador.
-Déjelo tranquilo -tercio yo-, es un poco lento y tiene que estar atento a todo lo que yo diga. Aquí quien habla soy yo -intento sin éxito una impostura de autoritario.
Momentos antes de que entrara esta mujer en la consulta, mi estudiante y yo filosofábamos sobre la distinta percepción del tiempo y su velocidad de crucero que tenemos las criaturas en función de la edad. Que con veinte años los días se hacen semanas, y con sesenta, las semanas parecen días. Y también, acerca de lo efímero de la vida, mira uno para atrás y no es consciente de haber vivido ya la friolera de sesenta y dos años. Es algo parecido a cuando llego cada tarde a mi casa desde el hospital: he pasado, seguro, por el puente del Centenario pero no tengo conciencia de ello. Y que no queremos irnos. Nadie. Son las nueve de la mañana, no ha aparecido aún ningún paciente por la consulta y tiene uno ganas de charlar de cosas distintas de lo puramente médico. Y Lucas, mi estudiante -curioso ¿no?, se llama como nieto-, pensando quizás que vaya rollo tan tempranero.
Así que me faltó tiempo para interesarme por la edad de esta anciana tan melindrosa.
-Señora, esto está estupendamente. Perfecto diría yo. Si me lo permite, le diré que sus riñones funcionan a la perfección... para su edad.
-¿Y qué edad cree usted que tengo? -me pregunta con descaro.
- Psss... no sabría decirlo... está tan arregladita y tan elegante... Unos setenta  ¿no?
-Ochenta, y tres meses.
-Pues de verdad que no los aparenta.
-Es lo que yo digo, que yo no me siento vieja, me miro al espejo y no me veo mayor, me sigo viendo guapa. ¿Ha visto usted, doctor, cómo de rápido se nos pasa la vida? A mí no parece haber vivido ochenta años... Pero es que creo que aunque viviéramos quinientos nos pasaría lo mismo, que a nadie le parece suficiente.
-Vaya, hombre, de eso mismo estábamos conversando Lucas y yo hace nada.
Y como no había, por el momento, más gente esperando fuera y no tenía que preocuparme por estudiar en ella nada más, le di correa.
Y ella, que no necesita abuela...
-Yo he sido siempre muy mona, sí. Vaya que es verdad, que to el mundo lo decía.
-Me lo creo. Y digo yo  ¿no tiene usted marido, familia...?
-No -y se queda un poco pensativa-. Bueno, digamos que no he tenido buenas experiencias en ese terreno. 
-¿Y eso? ¡Con lo guapa que debió ser de joven...!
-Es una historia curiosa la mía, sí -se pone ahora interesante con ojillos soñadores.
-Cuente, cuente usted, tenemos tiempo -me sale mi condición de cotilla.
-Mi padre era paramilitar en los tiempos de Franco. Una cosa así como de intendencia. Yo nací en 1935 en  Qazalquivir, muy cerca de Larache, en la zona del protectorado español. Vivíamos bien. Algo asalvajados, es verdad, pero esa forma de vida es genial para los niños, ya sabe usted, todo el santo día en la calle, mezclados niños judíos, árabes, bereberes y españoles, eso sí que era alianza y no lo de Zapatero. Mis padres eran analfabetos y nunca puse un pie en ninguna escuela. Los veranos eran mortales, nos asábamos de calor. De ir por ahí sin bragas y de sentarme en las piedras casi incandescentes tenía el culo desollao, como los monillos de los zoos. Una niña feliz. Sin embargo... -nos brinda ahora una mueca triste-, con catorce años sufrí una desgracia que me ha marcado para siempre... -y se queda un ratito parada.
-¿Qué pasó, mujer?, cuéntanos.

-Me violaron. Vivíamos en un acuartelamiento militar. A falta de escuela, un teniente canario me daba clases particulares. Lo recuerdo como un hombre joven y apuesto. Vivía solo porque su mujer, con tuberculosis, se curaba en las islas. Una tarde, durante la clase en su habitación, me metió mano. Reconozco que yo era una chiquilla muy zalamera y despabilá y que él, por su edad y el bochornazo ambiental, tendría necesidades imperiosas. No lo culpo. Encima, yo, inocente del todo, iba siempre vestida -era la costumbre- con una chilaba andrajosa y sin bragas. No me violentó. me cogió, me levantó la ropa y me sentó encima de su regazo. No me penetró, yo noté que aquello no era un juego, que algo pasaba, algo raro... y al cabo de minutos me sentí mojada. Me asusté, salí corriendo y me sequé la humedad de mis bajos con la misma chilaba. Naturalmente, no dije nada a nadie. Al cabo de unos 6 meses, mi madre y mi hermana mayor descubrieron la tostá: estaba embarazada. Llegado el momento, parí en Larache un niño precioso. Mis padres lo registraron como suyo y no hubo mayor escándalo. Era mi hermanito pequeño, no podía ser mi hijo. ¡Qué sensación más extraña. Murió, pobrecito mío, a los tres años. De deshidratación. Este hecho desgraciado marcó para siempre mi vida sentimental. Eso creo. Nunca más me he vuelto a enamorar. Nunca más he sabido de aquel teniente. Sabe Dios si hasta lo fusilarían...
-¡Madre mía, qué historia!
-Vaya. En fin, hasta los veinte años permanecí en Marruecos, he vivido en Larache, Tetuán, Tánger... me he divertido mucho siempre. Participaba del mismo modo de la Navidad cristiana, que de la fiesta del cordero judío, que del Ramadán musulmán. Tenía amigos de todas las confesiones. Nunca estudié ni poseo titulación alguna, pero domino a la perfección el francés, el árabe, el judío y el bereber. De manera que cuando a los veinte años me instalé en Barcelona este conocimiento de idiomas "raros" me sirvió para entrar de azafata en Iberia. Eso, y lo mona que era.
-¡Macho, azafata! ¡Qué de mundo visto, eh!
-Desde luego. Puedo decir que he sido una mujer de mundo, sí.
-Y no me diga que siendo azafata no habrá tenido alguna cosilla picante por ahí, una chica tan elegante y guapa...
-Hombre... pues sí. Tenga en cuenta que yo siempre atendía en la zona VIP, por eso de ser tan resultona y descarada. Por ejemplo, mire, una vez tuve que socorrer al obispo de Las Palmas...
-Pero mujer no me vaya a decir que ha tenido un affaire con un señor obispo...
-No, por Dios -se ríe de buena gana-. Además que era mu gordo y cejijunto. No, sino que tuve que darle conversación durante todo un vuelo, no me acuerdo cuántas horas. Ahora, eso sí, cada vez que se levantaba al servicio me repasaba las rodillas, bien repasadas. No, con el clero, no -y se queda un ratito pensativa y sonriente-. Mis aventuras sentimentales han sido con los capitanes y comandantes de vuelo, claro. Muchos años juntos, gente joven y guapa... yo lo veo una cosa natural. Pero ya le digo, nunca nada serio. No he sido capaz de volverme a enamorar.
-Y ahora, a su edad ¿se siente sola?, ¿echa de menos a su teniente?
-Pues no. Tengo cantidad de amigos y amigas. Mi casa está siempre con gente, sigo siendo mona y divertida.

En ocasiones como ésta mi consulta se convierte en confesonario o en un plató televisivo de Juanymedio aunque sin testigos, sin más audiencia que mis estudiantes y yo. Y resulta una experiencia ciertamente terapéutica para los pacientes y para mí mesmo.
 
 
Y se fue la joven anciana. Me zampó un par de besos y salió por la puerta, elegante y más tiesa que un junco.Y enseguida me arrepentí de haberle dado el alta de mi consulta. Es de estas personas con las que nunca te cansas de conversar, que poseen el don de  una cháchara interesante y amena, que siempre tienen algo que enseñar. Y algún secreto que revelar.

¡Qué gran verdad eso de que cada persona es un mundo!

viernes, 23 de enero de 2015

Clima, vascos y Urgencias. Un popurrí

Es conocido que el clima, de alguna manera, condiciona el comportamiento de las personas. Y esta evidencia, creo, nos perjudica seriamente a los mediterráneos en general y a los andaluces en particular, al menos en nuestra capacidad productiva. Si aquí, como ocurre, por ejemplo, en San Sebastián, lloviese casi a diario, un día lluvia, el otro galerna, aumentaría nuestra productividad de manera notable. Hace unos cinco o seis años estuve en Donosti por motivos de trabajo durante los meses de mayo y junio. Meses que aquí son ya de calor, color y aromas callejeros, allí salió el sol solamente  dos días, uno por mes. "¡Qué guay! -me animaban mis compañeros del Valme-, vas a poder bañarte en la Concha y todo!" . ¡Bañarme en la Concha...! Me bañaba a diario en plena calle porque, eso sí, allí hay que salir a la calle manque las olas de la Zurriola inunden por completo el paseo marítimo, oye, que no son bilbaínos, pero son vascos. ¿Y qué pasó? Pues lo propio, que llevaba todas mis tareas de aprendizaje al día, cosa que me encargaban, cosa hecha sobre la marcha. Y se mofaban mis colegas de allí: "¡Anda ahora, pa que digan que los andaluces son unos vagos...! "Vamos a probar a la inversa -les azuzaba yo-, veniros a Sevilla conmigo ahora a la vuelta, pa Julio estaría bien, a ver cómo os las apañáis, so enteraíllos".
Si la cosa es clara, hombre. Ayer, sábado, día espléndido de sol, de luz, de animación callejera, de bares y terrazas a tope contradiciendo erre que erre la teoría general de la crisis, de tías güeñas  paseando con sus mallas ajustadísimas y prietas... ¿quién es el bonito que se queda en casa trabajando o escribiendo? Por contra, hoy, domingo, día tristísimo, feo, lluvioso y ventoso, ¿quién va a salir a la calle? Naiden opá. Pues eso. Este artículo que estoy escribiendo debería haberlo empezado ayer. Pues nada, ayer, paseo con los amigos y comida fuera. Hoy, a escribir. Es lógico. Es lo que pide el cuerpo. Es lo natural.
Pero bueno, poco o nada que ver tiene todo esto con el propósito de este artículo. Lo que quiero expresar en este escrito me da pena, me produce tristeza, de verdad. Aunque pueda parecer que me ensaño con alguien no es mi objetivo. Quiero desahogarme con vosotros ante esta frustración que no cesa, año tras año, invierno tras invierno. Las urgencias dichosas. Las dichosas urgencias.
En esta estación gripal son muchas menos las urgencias injustificadas. Ninguna urgencia lo es, protestaréis algunos; bueno, eso es, al menos, discutible ¿verdad?. Los que trabajamos en el sector y, por tanto, conocemos el paño sabemos que hay gente que usa las urgencias como su centro de atención primaria. De manera que durante el resto del año una parte del mal funcionamiento de las Urgencias, al menos las hospitalarias, puede ser achacado al uso inadecuado que hace la población. Una parte. De esto ya hemos hablado en anteriores ocasiones. Pero ahora, en invierno, no es así. La gente que viene a los hospitales suele acudir mu malita. Más gente y muy mala. Hace una semana en Valme se superó un record histórico: se registraron más de 500 urgencias en 24 horas. Para que os hagáis una idea, la media anual es de unas trescientas personas diarias. En estos días, ésa es la aplastante realidad, una tremenda sobrecarga. Cuando esto ocurre rozamos la indignidad, de verdad. Mirad que en la puerta de Urgencias, en primera línea de fuego, trabajan nueve médicos, seis de ellos residentes de primer año. Hablaré sólo de los médicos, es lo que mejor conozco. Pero es extensivo al resto del personal de Urgencias  En muchas de esas guardias, los residentes no comen ni descansan un rato, no les llega el pijama al cuerpo. Los espacios comunes se vuelven intransitables, hay cola de hasta una hora para hacer la clasificación, camillas y carritos ocupan los pasillos con los enfermos y sus familiares esperando resignados su turno sin atisbo alguno de intimidad o privacidad. En fin, un espectáculo muy poco edificante impropio de una sociedad moderna y civilizada,  lo más parecido a los hospitales de campaña que vemos en las películas de guerra. Cuando yo era residente de guardia en el Reina Sofía era noticia si alguno de nosotros, principalmente José Miguel Laín, el más despabilado de todos, había alcanzado una cifra de 20 criaturas en una guardia. Y eran entonces tiempos heroicos. ¿Qué pasa, que vamos para atrás?. Por supuesto que sí. La Medicina es mucho más cara; la sociedad, más exigente; las expectativas de la gente, casi infinitas; los recursos, finitos; el personal, muy quemado, muy poco implicado, metámonos todos y sálvese quien pueda... Para alguien como servidor de ustedes que ha vivido en primera persona el auge de nuestra orgullosa medicina hospitalaria de los años 80-90, resulta especialmente frustrante ver hacia donde vamos, tener que aceptar la decadencia... "Han muerto tres personas en los pasillos de las Urgencias sin haber sido atendidas" -se alarman los medios. Demasiadas pocas cosas pasan para el caos que viven en estos días los pacientes, los familiares y el personal hospitalario. Aún siendo agnóstico confeso, yo creo ciegamente, a pies juntillas, en el Ángel de la Guarda. Es la única persona celestial en quien creo y confío. De no ser por Él, día sí, día también, estaríamos en los noticieros televisivos.
Pero que no cunda el pánico, aquí no pasa nada. Mientras las imágenes de la pequeña pantalla nos muestran el colapso -qué palabra más mona, ¿no?- de las Urgencias en Canarias, Galicia, Asturias, Cataluña o el resto de España, en Andalucía todo va como la seda. Sale en la tele la insigne Susana Díaz, nuestra presidenta fontanera, dando lecciones a las demás comunidades, que ella ha contratado a 300 personas para apoyo en el plan de alta frecuentación... y pelillos a la mar. A nosotros, en Medicina Interna, nos han tocado 2 de esos 300 contratos. Bienvenidos sean. Justos y necesarios que son. Muchas gracias, Susana. Que Dios te lo pague. En Urgencias también ha habido una pedrea que no ha consistido  en contratos nuevos, sino solamente en cubrir las bajas. Tiene cojones la cosa. Vale, de acuerdo, se agradece, mejor algo que nada. Desde luego que es muy importante aumentar el número de trabajadores para un reparto más razonable del trabajo, claro que sí. Pero el problema no se acaba ahí. Si solo hay 9 consultas físicas ¿dónde se ponen a trabajar los contratos recién llegados? Si la sala de espera tiene una capacidad máxima para 100 personas, pongamos por caso, ¿dónde espera el personal excedente? ?en los pasillos?, ¿mejor en la calle?. Si no disponemos nada más que de dos zonas de triaje ¿cómo coño vamos a conseguir demoras aceptables para la visita médica? Decía nuestra consejera de sanidad, sin rubor, que ningún paciente esperaría en la zona de triaje (clasificación por prioridades) más de diez minutos. En Valme, esos diez minutos van ya por una hora en muchos de estos días. En fin, hay cuestiones puramente estructurales que no se arreglan con el azucarillo de varios contratos de personal. Es posible que cosas como éstas sean las responsables de tener al personal tan desmotivado. Es posible.
Bien, y esto es realmente lo que me cabrea de los políticos, la falsedad a conciencia. Podría también cabrearme la ignorancia de la situación o el pasotismo de la realidad cruda. Pues no, eso no me cabrea tanto. Me asquea la mentira a conciencia, sabiendo que están mintiendo. Eso no lo soporto. A uno, pobre inocente que no se ha criado en las cuevas de Alí Babá ni ha sido debidamente adoctrinado por Chaves o por Griñán, personas tan honorables, le parece lo más normal del mundo decir las cosas medianamente claras. Hoy mismo leo en los periódicos unas declaraciones de Felipe González diciendo que si él ahora volviese a sus años mozos, aquellos irrepetibles años de los picnics bucólicos en Surenes,  no sería de Podemos. Y aclara que no lo sería porque no tienen un proyecto de gobierno. Y yo me pregunto, en otros tiempos estimado Felipe, de qué coño hablas, qué proyecto tienen los otros partidos que no sea gobernar para ellos mismos y los suyos, engañar a todo Dios y ocultar el engaño, de qué me vale un proyecto engañoso. Ahora mismo, en las actuales circunstancias políticas y sociales de nuestro país, prefiero lo bueno por conocer antes que lo malo conocido. Merecería toda mi confianza un líder político que saliera a la palestra  diciendo la verdad. Por ejemplo: "Queridos paisanos, este nuevo año que se nos avecina va a ser especialmente duro. Se vaticina por los expertos una epidemia de gripe muy activa y generalizada para finales de Enero-principios de Febrero. Como cada año, va afectar de manera mucho más virulenta a las personas mayores y a aquéllas que padezcan del corazón y de los bronquios. Por desgracia, ni siquiera podemos garantizar inmunidad completa a todos los que se hayan vacunado de la gripe. Los hospitales van a sufrir una sobrecarga descomunal, mayor, si cabe, que en años anteriores. Esta va a ser, pues, la realidad. Todos debemos estar alerta y preparados. Vosotros, los ciudadanos, cuidando vuestros buenos hábitos de no fumar, acondicionando vuestras viviendas para el frío, manteniendo apropiadas medidas de higiene, vacunándose... Nosotros, como gobierno, vamos a poner ya manos a la obra, hemos acordado ya la implementación de un plan de alta frecuentación dotado con tantos millones de euros para acometer nuevos contratos de personal y para subsanar deficiencias estructurales en las Urgencias... Con todo, somos conscientes de que no será suficiente. Tengo que reconocer, y lo hago con resignación y con total franqueza, que no estamos preparados, a día de hoy, para afrontar con garantías de éxito, el gran problema que se nos viene encima. Es la verdad. Pero no es nada nuevo ni extraordinario, es lo de cada año, quizás un poco más exacerbado. Os pido a todos la máxima colaboración. Agradezco de antemano el enorme esfuerzo que van a tener que soportar gallardamente todos los profesionales sanitarios y no sanitarios en los centros de salud y en los hospitales de toda nuestra Andalucía. Sin su desinteresada implicación el caos sería ingobernable..."
No sé, a lo mejor queda muy alarmista. Con un mensaje así, no la votarían ni en su propia familia. Bien, a lo mejor algo más dulcificado, vale. Pero que digan la verdad, coño, que no mientan con tanto descaro, que liaron una cosa desproporcionada por un solo caso de Ébola, que al final se ha descubierto el pastel que todos los médicos sabíamos, y ahora, con muertos en los pasillos, con tres horas de demora para ser vistos los pacientes, con días enteros de espera para ingresar... nos vengan con que no pasa nada porque hemos hecho 300 contratos. Joder que no, que nos tratan como a tontos.
Haznos un favor, Susana. ¡Dedícate a lo tuyo, mujer! ¡Vete a soldar  tuberías!

Con todos mis respetos, de verdad.

sábado, 17 de enero de 2015

Su primera experiencia

Nube. Así se llama el novio: Nube.
Conocimos a Nube, la Peque y un servidor, hace dos años en el carril bici de Valencina. Era pequeño, todo algodón, juguetón, muy nerviosillo, de mirada inteligente y  parco en ladridos. Por entonces nosotros teníamos a la Pegy a nuestro cargo por estar nuestra hija y Pepe de viaje por ahí. Intentamos su apareamiento con Nube, pero la cosa no funcionó. La excesiva ansiedad del macho novato contrastaba demasiado con la desidia de una hembra que parecía machorra -liviana, la llama mi suegra-. Es una perra cariñosa con las personas pero arisca a más no poder con sus congéneres los canes.

Pero nuestra Pelu es otra cosa. Aunque sobrina de la Pegy por línea materna, sus caracteres son completamente diferentes. Es una perrita la mar de alegre, siempre contenta, que congenia con todo el mundo sea criatura humana o canina. Y muy complaciente.

Aprovechando su actual periodo de celo y que ya tiene dos años y medio -unos 18 años traducido al género humano- nos hemos acordado ahora del antiguo novio de la Pegy, Nube, y, ni cortos ni perezosos, los hemos puesto en contacto. Bueno, seamos concretos, yo los he puesto en contacto. He telefoneado a Mercedes, la dueña de Nube, y está encantada con la posibilidad de quedarse con un cachorrito.

Como nosotros vivimos aún en un loft de 30 metros cuadrados, acordamos quedar en casa del novio, un chalet parecido al mío antiguo. Ayer tarde, a las siete y media, se conocieron, pues, los novios. Hacía frío fuera, en el porche y en el jardín, de manera que los entramos a ambos con nosotros a la cocina. Nosotros éramos Plácido, marido de Mercedes y yo. Se conoce que las mujeres -qué listillas son- quisieron dejarnos solos ante tan crucial acontecimiento. Mientras nos tomamos una cerveza, esta gente no se anduvo con miramientos. A lo suyo.

Mi Pelu, con un descaro desvergonzado, le planta el culo en los mismos hocicos del novio. Y uno piensa, ¡coño, no tardé yo ná en tener uno así, a pedir de boca...! Nube no se lo piensa un segundo. Empieza el juego olisqueando los bajos, pero enseguida se mete en harina con una serie de lametazos de abajo arriba, cubriendo con su ávida lengua las sabrosas y carnosas partes pudendas de su novia con una dedicación y  fruición encomiables. Y nosotros -por lo menos yo-, embobados con  esta escena tan pornográfica mucho más sustanciosa que  nuestras cervezas y  nuestra conversación insulsa. A continuación, los intentos sucesivos de monta son agotadores, es verdad. Uno sufre allí por el pobre novio. Dada su bisoñez y su ansia, todo son prisas. Se agotaba el pobre con tanto meneo infructuoso. Vino totalmente al pelo la estrofa de Sabina que casualmente sonaba en el equipo de música "De España a la Argentina, qué meneo, qué mareo, qué vaivén, qué jaleo, qué ruina". Parece fácil la cosa a simple vista, pero de eso, nada. Tiene que embocar la pichilla en el hoyo a pulso, sin verla, a tientas, sin poder ayudarse con la mano, como hacemos nosotros. ¡Menos mal que no nací perro!, no me hubiera comido una rosca. Es de admiración la velocidad y el ritmo de culeo del animalito. Pero no atina. El pobre. Y no sería por falta de colaboración de  la novia, qué va. La Pelu se queda quietecita, agachando el culo todo lo que puede y echa el rabo totalmente torcido para un lado a fin de dejar vía libre. Pero nada. Nuevo intento, enésima cabalgada... ¡Qué fatiga, nene, tenerlo todo tan a la mano y no poder...! A mí mismo se me estaba cogiendo ya dolor en los testículos, solidarios con los del animal. Le dan a uno ganas de ayudar, de levantarle las patillas un centímetro más, de aguantarle las manos... en fin, de hacer de mamporrero. Y quizás lo hubiera hecho de haber estado solo. Pero me daba vergüenza por Plácido. Nube da signos de agotamiento. "Creo que no va a poder, es mu nuevo aún" -se disculpa su dueño. "Yo también lo creo" -asiento yo. En éstas estábamos, a punto de recoger bártulos para irnos, cuando en el postrero intento oímos un chillidito de la Pelu y... ya estaban enganchados. ¡Qué alivio, de verdad! Ea, y ahora otra cervecita para disfrutar del regocijo placentero de nuestras criaturas.

Y me acuerdo de la primera vez que mi Meli, con tres añitos, sorprendió a su perrita Candy haciendo el amor con un novio callejero. "Papi, ¿qué hace la Candy?" "Pues... verás, en fin... así es como los perritos traen al mundo a otros perritos". "¿Así?" "Sí Meli, así". Y cuando creía resuelto el marrón, sigue preguntándome con total inocencia: "¿Y los niños también vienen así?". "Vaya, también". Y sigue, ¡como no son cansinos los chaveíllas cuando cogen una veta! : "¿ Y mami y tú me trajisteis así?". "Vaya que sí, todos los niños se fabrican de esa manera". De estas veces que ya no tienes más remedio que lanzarte a la piscina. Y remata: "Pero papi, ¿así enganchaos y revolcándose por el césped?". Y ya me dio el ataque de risa. "No, mujer, enganchaos sí, pero en el césped no, en la cama". "Más cómodo, claro" -sale como si nada la chiquilla.

Ha debido ser placentera para la Pelu esta su primera experiencia sexual. Seguro. Normalmente cuando salgo por la mañana temprano para el hospital ella se queda adormilada en el sofá o en la cama al calorcito de la Peque. Ni se le ocurre venir a despedirme. Esta mañana, sin embargo, desde que me oyó levantarme se puso dispuesta en la puerta esperando salir conmigo. Como la guarrilla del chiste. 

Es lo que yo digo, el sexo es la sal de la vida, ¿qué sería, pobre de nosotros, la vida sin sexo?