domingo, 17 de noviembre de 2013

El doctor Min

Es ésta una de esas historias que mi hermano Juan cree inventos míos. Por increíble. No concibe que puedan pasar cosas así. Sin embargo, quienes vivimos el hospital sabemos que sí, que ocurren, que hay gente para todo, que la realidad es más rica aún que la ficción.
Hago constar, en primer lugar, que en mi hospital no hay médicos chinos, ninguno, que yo sepa. Tenemos un médico italiano, nuestro residente Francesco Deodati, uno sirio, Eissa Jaloud y ya está. Lo más parecido que tenemos a un oriental es un enfermero sevillano -chino auténtico en sus rasgos-, hijo de padres chinos pero nacido y criado en Triana, que te suelta un "mi arma" saleroso a las primeras de cambio y te baila unas sevillanas con más arte incluso que la Peque. El resto, todos nacionales.
-¡Concepción Molinos Blanco! -salgo a la sala de espera a reclamar a mi primer paciente del día. Nadie contesta.
-Buenos días -repito a la escasa concurrencia-, Concepción Molinos Blanco -y vuelvo a dirigir en derredor la mirada a las tres o cuatro criaturas que, sentadas y comedidas, esperan su turno para mi consulta o para la de enfrente, de Hematología.
-A ésa se le han pegado las sábanas hoy -sonríe una de las mujeres presentes.
-No creo -le contesto-. Lo más probable es que ande por ahí buscando el número de la consulta.
Es uno de los problemas irresolubles, un misterio, la difícil localización de las consultas por parte de los usuarios, se tiran media mañana preguntando a cualquier bata blanca o en los distintos mostradores de enfermería por dónde (coño) cae su consulta. Hay que reconocer que el recinto de las consultas externas es un verdadero laberinto donde nosotros mismos nos despistamos con frecuencia. Entre eso y la saturación de los aparcamientos, no pocos pacientes llegan con mucho retraso. Ya estamos acostumbrados. Ya llegará Concepción.
Y voy pasando a otros pacientes. Y cada vez que salgo a la puerta a llamar al siguiente me aseguro de llamar a Concepción. Nada, no aparece. Como es la primera visita, no la conozco, tengo que llamarla a voz pelada: Concepción Molinos Blanco. Ni rastro. Son ya las doce del mediodía. Su cita era a las nueve. Empiezo a darla por perdida. Tampoco es tan raro. Hay gente que no viene a la consulta, bien por olvido -las demoras de más de un mes propician que se te pase-, bien porque ya te has puesto bueno a fuerza de esperar, o porque te has venido a Urgencias... o, quizás -no lo permita Dios-,  porque la has espichado.
A la siguiente vez que salgo a la sala veo una cara nueva que, de pie y con claras muestras de impaciencia, parece querer abordarme. Me adelanto.
-¡No será usted Concepción Molinos!
-¡Vaya! Sí señor. ¿Cómo lo ha  adivinado?
-Muy fácil. Es la única que me falta en mi lista de hoy. Y llevo toda la santa mañana llamándola.
Todo esto ahí, en la misma puerta de la consulta, ni dentro ni fuera, a vista de todo el mundo allí presente.
-Si usted supiera... -se pone la buena mujer a disculparse-. He perdido la cuenta del tiempo  que llevo buscándolo. Desde las diez, me parece.
-¿Y qué ha pasado, tan difícil es encontrar la consulta número 12?
-Es que... verá usted, yo no la he buscado por su número.
-¿Entonces...?
La mujer ahora baja un poco el tono de su voz como si, avergonzada, quisiera esquivar oídos chismosos.
-He estado preguntando por la consulta de un doctor chino que debe de haber aquí, y nadie me ha sabido dar norte.
-¡Como que no hay ningún médico chino en todo el hospital!
-Ya, ya me lo ha aclarado, por fin, la enfermera de aquí.
-¿Pero por qué eso de un médico chino, a cuento de qué? -le pregunto por mera curiosidad.
-No, verá usted... -y ahora se sonroja un poquito y todo mostrándome el informe de otro médico- es que, ¿lo ve usted?, en esta carta pone  mi reumatólogo que me envía al doctor Min. Y, claro, yo he supuesto que ese doctor sería chino ¿no? Con ese nombre...

De estas veces que no sabes si se están quedando contigo o no. La cosa es tan disparatada que es imposible que sea una broma. La mujer creía venir a un médico chino, de verdad. Porque ella no sabía -ni nadie se lo había aclarado- que Min o MIN o M. Interna, significan Medicina Interna. El reumatólogo la deriva a medicina interna, no al doctor Min. Me dio tal tentación de risa que no pude reprimirme. Ante la sorpresa de los curiosos presentes me eché a reír sobre sus hombros para no caerme de la risa. Y así, de esta manera tan jovial, entramos ambos, por fin, en la consulta.

Me gusta lo del doctor Min, oye. 

jueves, 7 de noviembre de 2013

Presentación del libro

Bueno, amigos todos: ya tenemos sitio, fecha y hora para la presentación del libro.
 
Va a ser (d.m.) en Palenciana, en el salón de actos del ayuntamiento, el próximo día 4 de diciembre a las 19 horas.
 
No necesitáis que os diga que para la Peque y para mí va a resultar muy emocionante veros allí. Ya sé, mi pueblo queda muy lejos de todos los sitios, al día siguiente hay que trabajar, un coñazo tanto coche... y de noche, además. Es verdad, pero, creo, va a valer la pena.
 
Os espero a todos los que podáis acudir. Ah, venid preparados con al menos diez euros, eh.
 
Un abrazo.

martes, 5 de noviembre de 2013

Ir de tiendas es para las mujeres

Después de todo ha estado bien que mi único vástago, por el momento, sea una chica. Hasta ahora me ha dado un poco igual, aún reconociendo que en ocasiones hubiese disfrutado de lo lindo enseñando a mi chavalote a regatear y a centrar desde la banda, a dar el golpe de revés a una mano en el tenis o a ser del Madrid a muerte. Mi hija y el deporte han estado reñidos por muchos años. Lo haré con mi nieto, cuando mi Meli disponga.
 
Pero, como os decía, ahora me alegro de que mi Carmen sea mi Meli y no un Carmelo fumata y melenudo (o rapado, que no sé que sea peor). 

Imaginaos que tuviera por hijo a un hombretón ya de veintinueve años, profesor de Biología en un instituto de Mijas, que vive en Benalmádena con su novia y su perrita y que vienen los tres un fin de semana al mes a vernos aquí a Sevilla. ¿Qué hago yo para entretener a un tiarrón así? Jaime, por ejemplo, se va con su hijo al Sánchez-Pizjuán y luego, de cervezas por ahí, Juan Francisco acompaña al suyo a reuniones de arquitectos y geógrafos y hacen después su ronda de tabernas por Triana, el Palanco hace de patriarca con sus dos grandes en las manifestaciones anti Wert, pongo por caso... Pero yo no soy socio del Betis ni del Sevilla, no me gustan las bullas ni soy hombre de vicios. Soy un tío aburrido que tiene a su casa por el mejor de los sitios, que intenta llevar a rajatabla aquello de que como en su casa de uno, en ninguna parte. Sí, podría llevarlo al cine de aquí de Bormujos, cerquita, o a dar un largo paseo por el campo, eso contando con que al chaval le gustara. O, a lo mejor, a comprar magdalenas borrachas al Viso. Pero nada de eso da para una mañana o una tarde enteras. La única cosa buena que le veo a este suponer sería que podría cotillear con mis amigos sobre mi nuera, como hacemos con la Tere del Jaimillo.

Con mi Meli, en cambio, lo tengo la mar de fácil. Madre e hija se tiran todo el sábado de tiendas por Sevilla y nos dejan al Pepe, a un servidor y a las dos perritas a nuestras anchas, "Por nosotras no os preocupéis de la comida, que tapeamos por aquí -nos mandan un wassapt de ésos-, haceros vosotros cualquier cosa, papi haz tú un arroz de los tuyos, mismo". Y es de mucho agradecer que Pepe tenga unos gustos tan parecidos a los míos, un ratito por el carril bici y a la casa. Yo barro los patios o escribo y él, a estudiar inglés o estadística. Antes de almorzar, un combine de pelota en el césped para distraer a las perritas... y, a la paella. En la gloria, tío. En la gloría, sí, si no fuera por esta modernidad que hace que en mi móvil suene un mensaje cada vez que la tarjeta de la Peque hace algún estropicio, cada compra un pitidito, hiuiuiuu. hiuiuiuuuu. ¡Qué desazón, oye!, ¿cuánto tardará en piar el siguiente? Me asomo al mensaje: 53,19 euros. Al ratito, otro, no me atrevo a mirarlo, mejor lo dejo para el final, pero me puede la racanería: 17,36 euros, bueno, vamos mejorando. Sin tiempo para reponerme, otro hiuiuiuuu, mira, me voy al patio y oídos que no oyen, taquicardia que te evitas.

Con todo, prefiero este sufrimiento on line antes que ir de tiendas con ellas. Insufrible para mí. No aguanto ese ir y venir, ese a ver pruébatelo otra vez, esas horas eternas en pie derecho sin una sillita baja para sentarse, ese dolor de cintura, ese no saber ya qué postura coger. Y ellas, inagotables. La cosa es que -aunque me duela reconocerlo- saben gastar, sobre todo la Meli, pero tardan mucho. Muncho, muncho. Siendo yo mocito iba mi madre a la Tienda Nueva. "Niña -le decía a su prima Natividad-, unos pantalones pa mi Osémaría". "¿De diario o de vestir?" -replicaba la dueña. "De diario" -contestaba mi madre. "Ahí tienes". Y cogía mi madre cuatro o cinco pares, se los llevaba a mi casa y allí me los probaba. Ea, compra hecha. Así, sí.

Hay, sin embargo, hombres a quienes les gusta ir de compras con sus mujeres. Sospechosos, según el sentir perito de mi amigo Paco Gálvez. A Jaime, por ejemplo, es frecuente verle en el Ikea con su Paqui, dicen las malas lenguas. Pero de él ya sabíamos su tendencia más que sospechosa para conmigo. Nada nuevo. Un caso insólito es el de mi hermano Juan, un tío incólume de cualquier sospecha. Este hermano mío no sólo va gustoso con su mujer de tiendas, no; es que la anima a comprar cuando la nota dubitativa, "Ante la duda, lo más bueno, que al final lo barato sale caro". Es así de rumboso. Y tiene aguante. Éste sí que se parece a mi padre, y no yo.

En fin, sigo pensando que ir de ropitas es cosa de mujeres. Los hombres, de manitas en las casas, una cosa así como yo, o como Frasqui, que se queda haciendo la plancha. Y a ser posible sin sustos en el móvil.

domingo, 3 de noviembre de 2013

La gota

-¿Pero usted ha tenido gota alguna vez?
-Sí, por lo menos un par de veces o tres -me contesta el hombre.
Su mujer, al lado, lo mira displicente, menea negativamente la cabeza y con mucho desdén suelta:
-Pues yo no me he dado cuenta nunca de tal cosa. Me estoy enterando ahora.
-Verá, señora, gota es cuando a uno le duele mucho el dedo gordo del pie y se le hincha -me pongo  a explicarle.
-Yo no he visto que a mi marido se le hinche nada -insiste ella.
 
La cosa es que los oncólogos me mandan a este hombre porque le han descubierto "ácido úrico", para que yo lo trate. Es un error muy común en la gente -incluso entre algunos médicos- considerar que este dichoso ácido es una enfermedad por sí mismo. Tener niveles elevados de ácido úrico no es ninguna enfermedad, hasta el 5% de la población los tiene. La enfermedad es la gota. Y no todo el mundo con "ácido úrico" desarrolla gota, sólo una mínima proporción. A los gotosos sí hay que tratarlos.
 
Este hombre es un superviviente nato. Se toma a guasa cualquier cosa que le digo. Debe pensar que después de todo lo que ha pasado no se va a amedrentar por una "chominá". Ha sobrevivido -lleva ya doce años- a un tumor de testículo con metástasis pulmonares y hepáticas. Ha sufrido una orquiectomía -le han soplado un "guevo"-, ha soportado los rigores de catorce sesiones de quimioterapia y otras tantas de radioterapia. Y ahora que se encuentra tan requetebién no está dispuesto a más peregrinaciones médicas. Y yo lo aplaudo. Es una especie de héroe, ha engañado a la muerte, la ha esquivado, es como ese melón hermoso que aguanta en la mata hasta el final de la campaña porque el melonero nunca se determina a cortar por encontrarlo todavía entero (durito), una y otra vez, y lo tapa tan bien que ya se le olvida. Yo creo que hay personas -sobre todo las muy mayores- a quienes la muerte las tiene ya por recogidas, se olvida de ellas dándolas por muertas y siguen tan ricamente en sus casas.
 
-Entonces decía usted -me encaro ahora con la mujer (no se me olvida lo de la falta de hinchazón en el hombre)- que a su marido no se le hincha nada, ¿no es eso?
-Eso es, yo no recuerdo haberle visto nada hinchado.
-¿Ni en los dedos, ni en los pies?
-Ni en los dedos, ni en los pies, ni en ninguna otra parte -afirma rotunda.
 
Y ahora, disimuladamente, hago un guiño al marido.
 
-Vamos a ver, señora, ¿entonces a su marido no se le hincha nunca nada, nada?
-No -responde inocente, extrañada de tanta insistencia y sin apreciar mi doble intención.
-¿Ni siquiera por aquí, por encima de las rodillas, parriba, parriba? -me señalo yo mismo hasta casi la altura de la portañuela. Y que no se da cuenta, oye.
-Que no, que ya le he dicho que no.
-Mujer, hay cosas en los hombres que se hinchan y luego se deshinchan ¿no?
 
El hombre y mis tres estudiantes ya se ponen a reírse y entonces la buena mujer cae en la cuenta.
 
-¡Hay que ver qué hombre! ¡qué cosas tiene! ¿Yo cómo iba a pensar?...
-Pero esa hinchazón no es enfermedad, eh. Eso es salud.
-Pues de esa salud... -se suelta ahora la mujer- andamos bastante bien... más de la cuenta, vaya, con un compañón de menos y todo.
-Pues entonces... ¡Viva la gota, coño ya!