martes, 10 de diciembre de 2013

Sobre la trascendencia del mear sentado

Conste, antes que nada, que un servidor de ustedes mea sentado desde hace tiempo. A lo primero, por imperativo doméstico -en mi casa ha habido, de siempre, más rajitas que columnas, más grietas que pilares (la Peque, la Miki, la Rocío, la Miri, la Inma, la Meli y mis dos perritas), así me tienen, medio "amariconao"-, de manera que por una suerte de norma femenina no escrita y, sobre todo, por no escuchar los gruñidos de mi mujer por cuatro gotas de nada en la tapa del wáter, me he acostumbrado, vaya. Y a lo segundo, ya por imperativo anatómico. O fisiológico. O como queráis, que me chorreo encima. Solamente lo hago de pie cuando meo en los arriates de mi patio a escondidas de la Peque, y si me pilla in fraganti, "Mira... si no lo veo no lo creo", me salgo siempre por la tangente del "¿No ves que las plantas están pidiendo urea, mujer?"

Pues este hombre que veo hoy en la consulta no está dispuesto a pasar por ahí. Por lo de mear sentado. Es un antisistema de la medicina, una cosa parecida al Palanco, pero más en bruto. "Si por mí fuera os moríais de hambre los médicos, pero es que ésta -señalando a su mujer- me obliga a venir". Es un tío gracioso, así calvete como yo y más o menos de mi edad. Cada vez que viene me cuenta un chiste.  El último fue el de la gitana que va al médico y éste le receta unas pastillas de hierro. ¿Jierro, pa qué?, protesta la gitana. Y el médico le contesta que porque tiene la lengua sucia. Y se pone ahora la gitana: bueno... la lengua... pues si me viera usted los pies me mandaría comerme los cerrojos. Y se harta de reír solo.

Hoy, sin embargo, lo noto con cierto recelo, no está tan dicharachero.

-¿Qué pasa Miguel? Porque algo pasa ¿verdad?
-Psss... No sé. Lo de siempre, no me gusta venir obligao.
-No, no, a mí no me la cuelas, hay algo más. Desembucha.
-Na, mire usted -interviene ahora la mujer-, que no hace caso de nadie. ¡Que le cuente lo del otro día con el urólogo!
-Ah, eso, el problema de ahí abajo, dime, ¿en qué ha quedado?

No se le ve con muchas ganas. Me mira varias veces, duda, mira a los estudiantes... Y por fin se lanza.

-¡Pos no que me dice el pichólogo ése (urólogo) que me la tiene que cortar, que no hay otra solución...!
-A ver, explícate mejor.
- Eso, que primero me ve un muchacho de éstos nuevesillos, miró en el ordenador lo de la biopsia y salió en busca de otro médico mayor. Na, y éste me mira así por encima la verruguita  de la picha y, ni corto ni perezoso, me dice eso, que hay que cortarla. Y yo quise entender que solamente sería la verruga; pero no, hay que cortar el pene entero, pero además dicho con mucha soberbia y sin ninguna delicadeza, joer, ¿usted se cree que se le puede decir eso a un hombre, así de sopetón, me cago en la leche? 
-Bueno Miguel, de sopetón... no del todo. Yo te había advertido que podía pasar algo así. Pero vaya, que comprendo tu reacción primera, claro. En casos como éste tuyo tendríamos que tener los médicos un poquito más de sensibilidad. Bueno, ¿y qué le dijiste?
-Que ahí no se toca. De cortar... ni mijita. Y se acabó lo que se daba.
-Es natural. Yo hubiera dicho lo mismo -respondo con toda serenidad ante las caras incrédulas de la mujer y la hija-. Ya luego, en mi casa, con más tranquilidad, hubiese reflexionado un poco más, quizás me hubiese puesto en el lugar de las mujeres que tienen que sufrir la amputación de una mama y lo llevan con tanta dignidad. Que más vale vivir sin un pecho o sin pene que morirse tan nuevo... En fin, que no me hubiese cerrado en banda.
-No, si yo no estoy cerrado, me parece que tengo otra cita para después de Reyes, que el urólogo, después de todo, se ha portado bien, podía haberme mandado a freír espárragos, pero no, quiere verme pronto a ver si yo lo reconsidero.
-Eso me gusta más. Naturalmente, Miguel, mi consejo es que te operes. Ya lo sabes, tienes un cáncer en el pene, o en la picha, como tú dices. Tarde o temprano vas a terminar sin pilila, bien porque te la corten por lo sano, bien porque se convierta en una coliflor. Tú mismo. Si esperas a lo segundo, el tumor te lleva palante. Estás advertido.
-Ya, ya... Muchas gracias por la claridad.

Y ahora, pasado el peor trago, intento meter un poco de guasa al asunto.
-Además, Miguel, a nuestra edad... ya sólo nos sirve para mear hombre, tampoco se pierde tanto.
-Pos si ésa es la cosa, me cachis ya, que yo no quiero mear sentado como las mujeres.
-Pero hombre de Dios, si sentado se mea mucho mejor. Yo mismo, llevo años, ni me acuerdo ya cuántos, meando sentado. Por orden de mi mujer, claro está.

Aquella ocurrencia tan espontánea disipó por completo la tensión del ambiente. La mujer y la hija, sonrojadas al principio, soltaron luego sus carcajadas y el consabido "Ay Dios mío, qué hombre", y nos quedamos todos mucho más relajados.

-Además -se atreve ahora la hija a meter baza-, él va a estar perfectamente cuidado y atendido, nos tiene a otra hija y a mí con él en casa, a su disposición, mi madre, siempre encima...

Y me sale ya lo de meter la pata definitiva. No lo puedo remediar.

-Oye, oye -aparento seriedad galénica-, un momento Miguel, ¿qué es eso de que tu mujer siempre encima? Póntela debajo alguna vez, hombre, antes de que te la corten.

Me los tengo ganados. Se operará, se salvará y meará sentado. Como yo. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

¡Gracias!

Ayer, en el hospital, me encontraba completamente "guarnío". En mi pueblo, esta expresión indica cansancio extremo, estar uno "reventao" por dentro. Su etimología viene -supongo- de desguarnecido, sin defensas, inerme. En fin, que estaba hecho polvo: sueño, ojeras, abrideros de boca... "Qué le pasa a usted hoy?" -hasta mis pacientes me lo notaban, claro. "No, nada... es que anoche estuve en una fiesta y no he dormido bien". "Ah, bueno -me contesta Matilde, vieja picarona-, sarna con gusto no pica".
 
Es verdad, sí. Pero uno no está ya para estos ajetreos. La presentación del próximo libro que se me ocurra se hará un día festivo y con luz del día. Ya me conocéis, soy animal diurno, me acobarda la noche, atavismo de mi infancia, culpa de mi abuela que me atemorizaba con el cuento de los "entripaores" (hombres malos y de negro, venidos desde Cuevas Bajas, que, al amparo de la oscuridad, destripaban con largos cuchillos a los niños que encontraban solos por la calle).
 
Hubo sarna por eso, sí. Por haber sido, el de anteayer, un día intenso, muy intenso para un hombre de sesenta y un años recién cumplidos. Levántate a las seis de la madrugada, echa la mañana en la consulta un poquito más acelerado de la cuenta, para qué tanta ansia si al final no vas a terminar antes, ve a tu casa a toda leche a recoger el discurso y a despedirte de la Pelusa, ya vas tarde, tío, son las tres menos veinte y has quedado con Jaime y demás viajeros a las dos y media, sal pitando para su casa y vuélvete apenas un kilómetro porque no llevas ni un euro encima, no te vas a poner en carretera sin dinero, joer, cágate en la puta que parió y pierde en ello otros diez minutejos, come sin asiento, a la carrera, espinacas con garbanzos en un bar de carretera, aguanta con gallardía el retortijón pasajero, no por los chícharos, ése ya llegará en el momento más inoportuno, sino por tener que ser el primero en sacar la tarjeta e invitar a diez hambrones, para eso eres el homenajeado, olvídate de tu siestecita, date cuatro cabezadas sobresaltadas por los apremios de tu amigo al volante, llega al pueblo con el tiempo casi justo, saluda a la familia, al personal... vamos, que es tarde. Y empieza el acto. Y luego, a firmar y a dedicar los libros. Nada de dedicatoria estándar, no. Párrafos individualizados. Y por fin, sobre las once de la madrugada, ponte en camino a Sevilla para llegar a tu casa rondando las dos. A las dos, tío. Menos mal que condujo Jaime, yo iba muerto. Una vez más, mi amigo rompió la baraja. Sin ninguna licencia carnal de por medio ¿de qué me aprovecha tener un novio platónico si no fuera por servicios como éste? Natural. Hoy por mí y mañana... también.

El gusto, sin embargo, superó a la sarna. Claro. Nunca antes había experimentado una manifestación pública de apoyo, de afecto y de miramiento tan cálida y emotiva como la de esa noche. Debo confesaros que me encontré, por momentos, algo aturdido, abrumado por haberos exigido tanto, por no estar seguro de mi capacidad de reciprocidad, de si, llegado el caso, yo me hubiera desplazado a Bubión, a Marbella o a la misma Córdoba para acompañar al Luna, a Luis Enrique, a Paco Sánchez, a Pepín o a Francisco Castro, por ejemplo, en una celebración particular de este estilo. Me reconforté pensando que sí, mi espíritu es fuerte, pero ¡ay! la carne... la carne es débil.

El acto fue tremendamente emotivo para mí. Desde arriba, sentado en la tarima y con los focos apuntando a mis ojos, no os veía, pero sentía las presencias: los venidos de fuera, la Peque, mi Meli y su Pepe, mis hermanos, mis cuñados, sobrinos, primos y otra gente cercana y querida del pueblo. Y también notaba las ausencias allí presentes. Me acordé, mucho, de Pepe Ramírez, de Blanca, de Agustín, de mi Carmen y de mi Frasco y la Dolos... obligados por enfermedad, familia o trabajo. Sabía que en la primera fila se encontraban mi padre, mis suegros y los abuelos de Pepe, tuertos de oído por la edad, para no perderse ni jota. La alcaldesa, con un discurso breve, sentido y muy palencianero dio   el pistoletazo de salida.

Resulta embarazoso ser el receptor público de alabanzas. Os lo digo yo si es que no lo habéis experimentado. A uno le gustaría intervenir, interrumpir al orador y rectificarlo, "Oye, que no es para tanto, que uno es gente normal, con más miserias que virtudes, que parece que estemos en mi funeral donde sólo salen las excelencias". Llegado mi turno, contraataqué afirmando que tantos halagos no sólo eran sinceros sino también merecidos, ea.

Manolo Gutiérrez y Frasqui estuvieron sobresalientes. El uno dibujó con clarividencia mi perfil personal tal como se me ve, tal como me veis, que no es tal como soy, todos escondemos algo, lo que pasa es que a mí se me sale por los bolsillos rotos y parece que no oculto nada, pero algo queda en algún pliegue. Preguntádselo, si no, a la Peque. Manolo me quiere, esto es algo que salta a la vista. Nos quiere a todos los que hemos sido seminaristas. Más que ninguno de nosotros, creo, conserva una imagen idealizada de nuestra etapa en el santo cenobio. Y de los que fuimos sus moradores. Algo de esto nos pasa a todos, eh! Y es un sentimiento que engorda con la edad. Como el peso. Frasqui destripó el libro y a su autor con un verbo cuidado, cercano y diáfano. Se aprovechó para ello de su condición de corrector y, por tanto, del conocimiento del libro más completo aún que el mío propio; y también sacó partida de ser una de las personas, allí presentes, que mejor y más hondamente ha rebuscado en los bolsillos de mi personalidad.

Lo que de ninguna manera me esperaba era lo del vídeo. Idea ¿cómo no? de la Peque. Me emocioné. Muchos de vosotros, allí, hablándome en la pantalla sobre las cualidades y virtudes del libro. No me digáis que no tuvo arte Antonio Estepa proclamando que él me daría el premio del ajo de oro de Montalbán. Genial y entrañable. O el montaje de la Dolos y la Maria José disputándose el i pad para leerme. Gracioso de verdad.

Muchas gracias a todos por estar conmigo, en cuerpo o en espíritu, presencial o virtualmente, por haberme brindado esa noche tan cargada de emoción... y de sueño atrasado.

Y ya, sin libro que presentar, a seguir leyendo el blog.

Un abrazo para todos.



 
 
 

domingo, 17 de noviembre de 2013

El doctor Min

Es ésta una de esas historias que mi hermano Juan cree inventos míos. Por increíble. No concibe que puedan pasar cosas así. Sin embargo, quienes vivimos el hospital sabemos que sí, que ocurren, que hay gente para todo, que la realidad es más rica aún que la ficción.
Hago constar, en primer lugar, que en mi hospital no hay médicos chinos, ninguno, que yo sepa. Tenemos un médico italiano, nuestro residente Francesco Deodati, uno sirio, Eissa Jaloud y ya está. Lo más parecido que tenemos a un oriental es un enfermero sevillano -chino auténtico en sus rasgos-, hijo de padres chinos pero nacido y criado en Triana, que te suelta un "mi arma" saleroso a las primeras de cambio y te baila unas sevillanas con más arte incluso que la Peque. El resto, todos nacionales.
-¡Concepción Molinos Blanco! -salgo a la sala de espera a reclamar a mi primer paciente del día. Nadie contesta.
-Buenos días -repito a la escasa concurrencia-, Concepción Molinos Blanco -y vuelvo a dirigir en derredor la mirada a las tres o cuatro criaturas que, sentadas y comedidas, esperan su turno para mi consulta o para la de enfrente, de Hematología.
-A ésa se le han pegado las sábanas hoy -sonríe una de las mujeres presentes.
-No creo -le contesto-. Lo más probable es que ande por ahí buscando el número de la consulta.
Es uno de los problemas irresolubles, un misterio, la difícil localización de las consultas por parte de los usuarios, se tiran media mañana preguntando a cualquier bata blanca o en los distintos mostradores de enfermería por dónde (coño) cae su consulta. Hay que reconocer que el recinto de las consultas externas es un verdadero laberinto donde nosotros mismos nos despistamos con frecuencia. Entre eso y la saturación de los aparcamientos, no pocos pacientes llegan con mucho retraso. Ya estamos acostumbrados. Ya llegará Concepción.
Y voy pasando a otros pacientes. Y cada vez que salgo a la puerta a llamar al siguiente me aseguro de llamar a Concepción. Nada, no aparece. Como es la primera visita, no la conozco, tengo que llamarla a voz pelada: Concepción Molinos Blanco. Ni rastro. Son ya las doce del mediodía. Su cita era a las nueve. Empiezo a darla por perdida. Tampoco es tan raro. Hay gente que no viene a la consulta, bien por olvido -las demoras de más de un mes propician que se te pase-, bien porque ya te has puesto bueno a fuerza de esperar, o porque te has venido a Urgencias... o, quizás -no lo permita Dios-,  porque la has espichado.
A la siguiente vez que salgo a la sala veo una cara nueva que, de pie y con claras muestras de impaciencia, parece querer abordarme. Me adelanto.
-¡No será usted Concepción Molinos!
-¡Vaya! Sí señor. ¿Cómo lo ha  adivinado?
-Muy fácil. Es la única que me falta en mi lista de hoy. Y llevo toda la santa mañana llamándola.
Todo esto ahí, en la misma puerta de la consulta, ni dentro ni fuera, a vista de todo el mundo allí presente.
-Si usted supiera... -se pone la buena mujer a disculparse-. He perdido la cuenta del tiempo  que llevo buscándolo. Desde las diez, me parece.
-¿Y qué ha pasado, tan difícil es encontrar la consulta número 12?
-Es que... verá usted, yo no la he buscado por su número.
-¿Entonces...?
La mujer ahora baja un poco el tono de su voz como si, avergonzada, quisiera esquivar oídos chismosos.
-He estado preguntando por la consulta de un doctor chino que debe de haber aquí, y nadie me ha sabido dar norte.
-¡Como que no hay ningún médico chino en todo el hospital!
-Ya, ya me lo ha aclarado, por fin, la enfermera de aquí.
-¿Pero por qué eso de un médico chino, a cuento de qué? -le pregunto por mera curiosidad.
-No, verá usted... -y ahora se sonroja un poquito y todo mostrándome el informe de otro médico- es que, ¿lo ve usted?, en esta carta pone  mi reumatólogo que me envía al doctor Min. Y, claro, yo he supuesto que ese doctor sería chino ¿no? Con ese nombre...

De estas veces que no sabes si se están quedando contigo o no. La cosa es tan disparatada que es imposible que sea una broma. La mujer creía venir a un médico chino, de verdad. Porque ella no sabía -ni nadie se lo había aclarado- que Min o MIN o M. Interna, significan Medicina Interna. El reumatólogo la deriva a medicina interna, no al doctor Min. Me dio tal tentación de risa que no pude reprimirme. Ante la sorpresa de los curiosos presentes me eché a reír sobre sus hombros para no caerme de la risa. Y así, de esta manera tan jovial, entramos ambos, por fin, en la consulta.

Me gusta lo del doctor Min, oye. 

jueves, 7 de noviembre de 2013

Presentación del libro

Bueno, amigos todos: ya tenemos sitio, fecha y hora para la presentación del libro.
 
Va a ser (d.m.) en Palenciana, en el salón de actos del ayuntamiento, el próximo día 4 de diciembre a las 19 horas.
 
No necesitáis que os diga que para la Peque y para mí va a resultar muy emocionante veros allí. Ya sé, mi pueblo queda muy lejos de todos los sitios, al día siguiente hay que trabajar, un coñazo tanto coche... y de noche, además. Es verdad, pero, creo, va a valer la pena.
 
Os espero a todos los que podáis acudir. Ah, venid preparados con al menos diez euros, eh.
 
Un abrazo.

martes, 5 de noviembre de 2013

Ir de tiendas es para las mujeres

Después de todo ha estado bien que mi único vástago, por el momento, sea una chica. Hasta ahora me ha dado un poco igual, aún reconociendo que en ocasiones hubiese disfrutado de lo lindo enseñando a mi chavalote a regatear y a centrar desde la banda, a dar el golpe de revés a una mano en el tenis o a ser del Madrid a muerte. Mi hija y el deporte han estado reñidos por muchos años. Lo haré con mi nieto, cuando mi Meli disponga.
 
Pero, como os decía, ahora me alegro de que mi Carmen sea mi Meli y no un Carmelo fumata y melenudo (o rapado, que no sé que sea peor). 

Imaginaos que tuviera por hijo a un hombretón ya de veintinueve años, profesor de Biología en un instituto de Mijas, que vive en Benalmádena con su novia y su perrita y que vienen los tres un fin de semana al mes a vernos aquí a Sevilla. ¿Qué hago yo para entretener a un tiarrón así? Jaime, por ejemplo, se va con su hijo al Sánchez-Pizjuán y luego, de cervezas por ahí, Juan Francisco acompaña al suyo a reuniones de arquitectos y geógrafos y hacen después su ronda de tabernas por Triana, el Palanco hace de patriarca con sus dos grandes en las manifestaciones anti Wert, pongo por caso... Pero yo no soy socio del Betis ni del Sevilla, no me gustan las bullas ni soy hombre de vicios. Soy un tío aburrido que tiene a su casa por el mejor de los sitios, que intenta llevar a rajatabla aquello de que como en su casa de uno, en ninguna parte. Sí, podría llevarlo al cine de aquí de Bormujos, cerquita, o a dar un largo paseo por el campo, eso contando con que al chaval le gustara. O, a lo mejor, a comprar magdalenas borrachas al Viso. Pero nada de eso da para una mañana o una tarde enteras. La única cosa buena que le veo a este suponer sería que podría cotillear con mis amigos sobre mi nuera, como hacemos con la Tere del Jaimillo.

Con mi Meli, en cambio, lo tengo la mar de fácil. Madre e hija se tiran todo el sábado de tiendas por Sevilla y nos dejan al Pepe, a un servidor y a las dos perritas a nuestras anchas, "Por nosotras no os preocupéis de la comida, que tapeamos por aquí -nos mandan un wassapt de ésos-, haceros vosotros cualquier cosa, papi haz tú un arroz de los tuyos, mismo". Y es de mucho agradecer que Pepe tenga unos gustos tan parecidos a los míos, un ratito por el carril bici y a la casa. Yo barro los patios o escribo y él, a estudiar inglés o estadística. Antes de almorzar, un combine de pelota en el césped para distraer a las perritas... y, a la paella. En la gloria, tío. En la gloría, sí, si no fuera por esta modernidad que hace que en mi móvil suene un mensaje cada vez que la tarjeta de la Peque hace algún estropicio, cada compra un pitidito, hiuiuiuu. hiuiuiuuuu. ¡Qué desazón, oye!, ¿cuánto tardará en piar el siguiente? Me asomo al mensaje: 53,19 euros. Al ratito, otro, no me atrevo a mirarlo, mejor lo dejo para el final, pero me puede la racanería: 17,36 euros, bueno, vamos mejorando. Sin tiempo para reponerme, otro hiuiuiuuu, mira, me voy al patio y oídos que no oyen, taquicardia que te evitas.

Con todo, prefiero este sufrimiento on line antes que ir de tiendas con ellas. Insufrible para mí. No aguanto ese ir y venir, ese a ver pruébatelo otra vez, esas horas eternas en pie derecho sin una sillita baja para sentarse, ese dolor de cintura, ese no saber ya qué postura coger. Y ellas, inagotables. La cosa es que -aunque me duela reconocerlo- saben gastar, sobre todo la Meli, pero tardan mucho. Muncho, muncho. Siendo yo mocito iba mi madre a la Tienda Nueva. "Niña -le decía a su prima Natividad-, unos pantalones pa mi Osémaría". "¿De diario o de vestir?" -replicaba la dueña. "De diario" -contestaba mi madre. "Ahí tienes". Y cogía mi madre cuatro o cinco pares, se los llevaba a mi casa y allí me los probaba. Ea, compra hecha. Así, sí.

Hay, sin embargo, hombres a quienes les gusta ir de compras con sus mujeres. Sospechosos, según el sentir perito de mi amigo Paco Gálvez. A Jaime, por ejemplo, es frecuente verle en el Ikea con su Paqui, dicen las malas lenguas. Pero de él ya sabíamos su tendencia más que sospechosa para conmigo. Nada nuevo. Un caso insólito es el de mi hermano Juan, un tío incólume de cualquier sospecha. Este hermano mío no sólo va gustoso con su mujer de tiendas, no; es que la anima a comprar cuando la nota dubitativa, "Ante la duda, lo más bueno, que al final lo barato sale caro". Es así de rumboso. Y tiene aguante. Éste sí que se parece a mi padre, y no yo.

En fin, sigo pensando que ir de ropitas es cosa de mujeres. Los hombres, de manitas en las casas, una cosa así como yo, o como Frasqui, que se queda haciendo la plancha. Y a ser posible sin sustos en el móvil.

domingo, 3 de noviembre de 2013

La gota

-¿Pero usted ha tenido gota alguna vez?
-Sí, por lo menos un par de veces o tres -me contesta el hombre.
Su mujer, al lado, lo mira displicente, menea negativamente la cabeza y con mucho desdén suelta:
-Pues yo no me he dado cuenta nunca de tal cosa. Me estoy enterando ahora.
-Verá, señora, gota es cuando a uno le duele mucho el dedo gordo del pie y se le hincha -me pongo  a explicarle.
-Yo no he visto que a mi marido se le hinche nada -insiste ella.
 
La cosa es que los oncólogos me mandan a este hombre porque le han descubierto "ácido úrico", para que yo lo trate. Es un error muy común en la gente -incluso entre algunos médicos- considerar que este dichoso ácido es una enfermedad por sí mismo. Tener niveles elevados de ácido úrico no es ninguna enfermedad, hasta el 5% de la población los tiene. La enfermedad es la gota. Y no todo el mundo con "ácido úrico" desarrolla gota, sólo una mínima proporción. A los gotosos sí hay que tratarlos.
 
Este hombre es un superviviente nato. Se toma a guasa cualquier cosa que le digo. Debe pensar que después de todo lo que ha pasado no se va a amedrentar por una "chominá". Ha sobrevivido -lleva ya doce años- a un tumor de testículo con metástasis pulmonares y hepáticas. Ha sufrido una orquiectomía -le han soplado un "guevo"-, ha soportado los rigores de catorce sesiones de quimioterapia y otras tantas de radioterapia. Y ahora que se encuentra tan requetebién no está dispuesto a más peregrinaciones médicas. Y yo lo aplaudo. Es una especie de héroe, ha engañado a la muerte, la ha esquivado, es como ese melón hermoso que aguanta en la mata hasta el final de la campaña porque el melonero nunca se determina a cortar por encontrarlo todavía entero (durito), una y otra vez, y lo tapa tan bien que ya se le olvida. Yo creo que hay personas -sobre todo las muy mayores- a quienes la muerte las tiene ya por recogidas, se olvida de ellas dándolas por muertas y siguen tan ricamente en sus casas.
 
-Entonces decía usted -me encaro ahora con la mujer (no se me olvida lo de la falta de hinchazón en el hombre)- que a su marido no se le hincha nada, ¿no es eso?
-Eso es, yo no recuerdo haberle visto nada hinchado.
-¿Ni en los dedos, ni en los pies?
-Ni en los dedos, ni en los pies, ni en ninguna otra parte -afirma rotunda.
 
Y ahora, disimuladamente, hago un guiño al marido.
 
-Vamos a ver, señora, ¿entonces a su marido no se le hincha nunca nada, nada?
-No -responde inocente, extrañada de tanta insistencia y sin apreciar mi doble intención.
-¿Ni siquiera por aquí, por encima de las rodillas, parriba, parriba? -me señalo yo mismo hasta casi la altura de la portañuela. Y que no se da cuenta, oye.
-Que no, que ya le he dicho que no.
-Mujer, hay cosas en los hombres que se hinchan y luego se deshinchan ¿no?
 
El hombre y mis tres estudiantes ya se ponen a reírse y entonces la buena mujer cae en la cuenta.
 
-¡Hay que ver qué hombre! ¡qué cosas tiene! ¿Yo cómo iba a pensar?...
-Pero esa hinchazón no es enfermedad, eh. Eso es salud.
-Pues de esa salud... -se suelta ahora la mujer- andamos bastante bien... más de la cuenta, vaya, con un compañón de menos y todo.
-Pues entonces... ¡Viva la gota, coño ya! 

miércoles, 30 de octubre de 2013

La gitana conversa

No tengo catalanofobia ni mucho menos. Me gusta Cataluña, conozco Barcelona, Tarragona y Lérida, he disfrutado los encantos naturales de la Costa Brava, no te digo nada del Pirineo  y me he sentido muy bien tratado por el personal siempre que he viajado allí. Lo de ahora, lo de la independencia, es un cuento de los políticos, pero también  un sentimiento emotivo y sincero de muchos catalanes, quizás engañados o desinformados. Ahora bien, una cosa no quita la otra: al Barsa lo tengo "atragantao", nene. Hago esta aclaración por lo que viene.

Esta mujer de la consulta es de pura raza calé. Es de mi edad, más o menos, esbelta, gitana y bien plantá.

-Usted no puede negar la pinta, eh.
-Vaya que no, a muncha honra.

Viene sola, no necesita a nadie, se basta y se sobra. Tal es su genio y desparpajo que no le cabe en su cuerpo tanto poderío y se le sale en forma de hipertensión arterial. La tiene por las nubes, "Mire doctor, ayer mismo la tenía en 26 y 12 (260/120), y tan pancha".

La exploro, le pido la analítica y las pruebas pertinentes y le modifico el tratamiento. Estaré muy pendiente de ella a través del teléfono por ver cómo va respondiendo. "Sí, doctor, haga usted el favor que cualquier día de éstos me da un jamacuco que me quedo en el sitio".

-Pues a lo que usted me decía antes... mi madre se queja de que estamos perdiendo nuestra raza.
-¿Y eso?
-Pues que mis hijos ya no parecen gitanos, se han casado con gente de vosotros, con payos... y tengo dos nietecitos que da gloria verlos, morenitos sí, pero no son gitanos.
-No pasa nada, mujer, todos mezclados es mejor, en la variedad está el gusto. Mire, desde el punto de vista de la naturaleza, cuanto más mezcla de sangres, más riqueza.
-Yaaaa... yo no tengo ningún problema. En mi familia, y no es porque yo lo diga, eh, somos hermosos y altos, gente guapa, vaya.
-Es que los gitanos españoles no son como los gitanos rumanos -me pongo yo a dar coba.
-Ni mucho menos, no hay color. Y lo de la mezcla es verdad, pa que usted vea, yo misma me casé con un payo y además catalán.

Oye, me salió del alma, de pronto, se me escapó:

-Joer, un catalán... eso es peor que ser gitano.

No sabía cómo salir de la imprudencia. Nos echamos todos a reír y ya está.

viernes, 18 de octubre de 2013

Eso, por pecador

Mis estudiantes, una chica y dos muchachos -hoy sí han venido a las prácticas-, alucinan.

Este hombre joven, un ingeniero de telecomunicaciones, me consulta porque está padeciendo lo que parece una hepatitis aguda. Tiene toda la pinta de que así sea aunque ya está en una fase de remisión, curándose, vaya. El caso es que atando cabos sospecho que el contagio se debió de producir hará cosa de dos meses cuando el sinvergüenza estuvo dos semanas en Marruecos por cuestiones de trabajo. "Muy bonito -piensa uno-, tu empresa te paga el hotel, las dietas, el avión... y tú, ea, a echar... canitas al aire".

-Bueno... sí, es verdad, tuve una relación allí con una morita -acaba por confesar.
-Pues muy bien empleado que te está, por pecador -me pongo en plan carca.
-Hombre, no me diga usted eso, que bastante he aguantado ya a mi mujer.
-Normal.

Claro, y a mí, que no he conocido más hembra que la Peque, me pica la curiosidad morbosa, el chismorreillo picarón. Como a los curas del seminario cuando nos confesábamos de nuestras primeras pajillas, que les gustaba  que entráramos en detalles. Pues eso.
-Oye -me acerco a su oído mientras lo exploro-, por lo menos estaría "güena" la morita ¡no?
-"Güenísima", eso sí.
-Y a lo mejor era hasta guarrilla ¿verdad?
-¡Qué va! Una cosa de limpia, la de fregoteos y perfumes que se daba. Por eso me ha extrañado lo de la hepatitis.
-No se puede uno fiar. A la vista está.
Y se relame uno por dentro. Y hasta llega uno  a pensar -fíjate qué tontería- en poner alguna vez una pica en Flandes. Pero ya es tarde, tío. Primero porque Flandes queda lejos y te da miedo el avión. Y segundo porque tu pica ya no pincha como antes, se ha vuelto roma. Y plúmbea.
Desvarío. ¿Tú te crees que esto es una consulta seria, hombre? De vuelta a la realidad tranquilizo al joven. Las transaminasas ya son normales, el antígeno de superficie del virus es negativo y los marcadores de sífilis y del Sida también negativos.

-Muchachos -advierto en plan paternalista a mis estudiantes-, mirad lo que pasa con las "guarreridas españolas". Mucho cuidadito en el viaje fin de carrera, no os pringuéis con extraños.

¡Coño!, me estoy pareciendo a Antonia "la de la huerta", la abuela materna de mi sobrina Inma, que cada fin de semana la llama a capítulo antes de salir a la calle advirtiéndole que en la discoteca no pierda de vista nunca su vaso de coca cola, que hay gente perversa que le echa polvitos para volverla loca y hacerle cosas malas.

En fin, que vamos pa viejos. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Por la boca muere (y vive) el pez

De estas personas que nada más verlas entrar te sobrecogen, casi te asustan, de tan demacradas. Esta mujer parece enteramente una muerta viviente, una "walking dead" de éstas que salen en la tele haciéndose las graciosas. Sin espumarajos de sangre por la boca, sin moretones en los ojos, pero mucho más real.
 
-Bueno... -intento que no se me note mucho la sorpresa-, parece que no está usted de muy buen año ¿verdad?
-Y que lo diga usted.
-¿Y qué es lo que le pasa, mujer, para haber llegado a tanto?
-No lo sé...
 
Miro ahora a quien supongo su hija, sentada al lado, seria y preocupada.
 
-Es la primera vez que veo a su madre -le digo directamente-, no la conozco de nada, ni siquiera me ha dado tiempo a mirar sus análisis, pero tengo muy claro que padece una depresión muy seria. No hay más que verla.
-El psiquiatra nos ha dicho que tiene solamente una esquizofrenia residual y que de eso la encuentra bien controlada con su medicación. Él mismo nos ha recomendado que la vea un internista para descartar que tenga algo malo.
-Muy bien, para eso están ustedes aquí, pero ya les digo yo que no.
-Mire, es que se ha negado a comer, ha cerrado el pico. Habrá perdido más de veinte kilos en los últimos meses.
-¿Y eso por qué? -me dirijo ahora a la paciente.
-Es que no me entra nada y además me cuesta tanto hacer caca que me tiro cuatro o cinco días o más sin obrar, y entonces no quiero meterle más comida al cuerpo.
-Al revés, señora. Si no le mete comida, no sale caca.
-Eso es lo que yo le digo -salta la hija-, pero a mí, ni puñetero caso.
-Verá doctor -me replica la pobre-, yo, de verdad, lo que quiero es morirme de una vez. ¿Qué hace una aquí ya?

Veo los informes de psiquiatría. En mayo pasado estuvo ingresada durante una semana y ya constan en ellos la desnutrición, la apatía, la desgana por la comida y la ambivalencia de la mujer ante la muerte, deseándola con la boca chica por una parte y temerosa de tener un tumor por otra.
 
Y ahora, metiéndole los dedos, la mujer me va contando cosas, claro. Que está harta de tanta enfermedad mental, de tanta dependencia de la familia, de sentirse un estorbo, de no servir para nada... Posiblemente este trastorno reciente en su conducta alimentaria sea su forma de protestar, de llamar la atención sobre su hastío. Y lo que consigue es justo lo contrario, hacerse más dependiente aún. Estoy seguro de que su psiquiatra lo ve así, igual que yo, pero la medicina defensiva nos puede. Me lo imagino: "Que la vea un internista, no vaya a ser que se nos pase por alto algo gordo".
 
-Bueno, vamos a la camilla que la voy a explorar.
 
La pobre mujer intenta levantarse de la silla con esfuerzo. En esto que me da uno de esos prontos míos y, ni corto ni perezoso, la agarro por las piernas y por medio de la espalda y me la llevo hasta la camilla en brazos, como si fuese una novia recién casada a quien el marido entra en casa todo alborozado. La hija no da crédito, pero mi paciente, la muerta viviente, me regala una sonrisa casi, casi cautivadora. Lo he conseguido, arrancarle una sonrisa. Por ahí se empieza a ganar la batalla.
 
-Así, al peso, calculo que unos cuarenta kilos.
-Menos kilos caballero -me sigue la corriente.
-Más o menos.
 
La deposito en la camilla con cuidado. Ya me las tengo ganadas, claro está. De ahora en adelante lo que yo diga irá a misa. Echo de menos a mis estudiantes, hoy no se han presentado, quiero que aprendan lo fácil que es conquistar el corazón de una anciana. ¿Una anciana he dicho? Tiene sólo sesenta y dos años, un año mayor que yo, y parece mi abuela.

La depresión es la peor de las enfermedades, la que más te hunde y te anula. No la quiero para nadie. La gente con cáncer incurable se anima, lucha, cree, tiene una última esperanza, se agarra a cualquier excusa para seguir. Los depresivos pierden la ilusión del todo, les da todo igual... apatía, anhedonia, gris oscuro sobre fondo negro, ¡qué tristeza Dios mío! "Lo uniquito que me mantiene con vida es mi nieta, tan preciosa" -suspira otra vez sentada frente a mí-. Algo es algo.

-¿Qué es lo que más le preocupa de todo esto?, ¿qué espera usted de mí? -la miro fijamente como si pudiera penetrar su mente.
-Que me parece que tengo un cáncer en el colon. Quiero que me examine usted el colon, que me haga pruebas y los marcadores y cosas de ésas.
-¿Y eso le preocupa de verdad?
-Sí. De verdad.
-¿Pero no hemos quedado en que lo que quiere es morirse de una vez? ¿Qué más le da tener un cáncer en el colon o en cualquier otro sitio? Mejor si lo tiene ¿no? Así se asegura una muerte prontita.

Y consigo una segunda sonrisa, ahora más amplia, más larga, más bonita incluso.

-Bueno doctor... eso son cosas que se dicen. Me moriré cuando Dios quiera pero ¿un cáncer?, no, no, ni hablar. A mí lo que me gustaría es ponerme buena y ya está.

Pues claro que sí. Incongruencias, sí, por supuesto, todos las tenemos. Todos los días. Por la boca muere, pero también vive, el pez. Pero en estas afirmaciones y deseos de la mujer hay un resquicio para empezar a trabajar. Y a ello vamos.

-Dentro de un mes, un kilito más ¿vale? Si usted quiere que yo sea su médico me tiene que hacer un kilo por mes. Si no, la mando con otro.
-¿Y no me va a hacer pruebas del colon?
-Ya veremos, según cómo se porte.

Y sale de la consulta tan enclenque y descalichada como entró pero con un aire mucho más animado, con algún kilito de esperanza. Vamos bien. 

viernes, 11 de octubre de 2013

Las mangas, largas

Nunca hubiera podido imaginar algo así.
 
A esta mujer que entra en la consulta por primera vez se le nota madurita, cuarentona no más, pero resultona.  No sabría explicarlo mejor, estilosa, con sencilla elegancia. La primera impresión es de agrado. Y viene sola.
 
-¿Viene usted sola? -abro la conversación después de invitarla a sentarse.
-Ya ve que sí -contesta con extraño desabrimiento.
-¿Y eso? -insisto.
-¿Es que hay que venir acompañada? -ni una mueca en su expresión, más seria que un juez, áspera, oye. Ten cuidado, tío, me digo a mí mismo, quizás con ésta no puedas bromear. Pero me resisto, ya sabéis de mis cosas.
-Con un médico como yo, es conveniente. Soy un hombre peligroso para una mujer interesante -cualquiera otra se hubiese reído o, al menos, hubiera mostrado rubor o asombro. Nada, hierática como una estatua. Hasta que ya, por fin, se descubre el misterio.
-Por favor, doctor...
-Perdone, ¿la he molestado con mis bromas?
-No es eso... Es que... no me siento cómoda.
-Vaya por Dios, he sido muy torpe, perdone usted otra vez, no he sido muy considerado con usted.
-Que no, que no, que no es eso... -y durante esos segundos la incertidumbre me inquieta; nunca me había pasado algo parecido-, es que... me da cosa decírselo pero no puedo conversar con alguien que lleve mangas cortas.
-¿Cómo dice usted? -me quedo patidifuso.
-Eso, que no puedo. Le pediría, por favor, que se pusiese usted la bata.
 
Tan en serio veo la actitud de la señora que me levanto, cojo mi bata del perchero y me la encasqueto de mala manera. Me han cambiado la consulta provisionalmente por mor de unas obras y no tengo aire acondicionado. Por eso paso gran parte de la mañana en mangas de camisa. La noche y el día, oye; la mujer es otra totalmente distinta; ahora se ríe de mis bromas y se mete conmigo por ser tan atrevido con una mujer desconocida. "No, si ya me lo advierten mis amigos, pero es que me sale natural".
 
-Bueno, pero ya que nos conocemos ¿a qué viene eso de las mangas cortas?
-Es una cosa de mi religión.
-Anda ya, mujer.
-En serio, no debemos entablar siquiera conversación con alguien que lleve mangas cortas o pantalón corto, salvo que sea estrictamente necesario. Nunca por gusto. Nuestra religión nos manda mantener las antiguas formas y costumbres, mirar por la decencia.
-¿Es indecente ir en pantalón corto por la calle o en mangas de camisa?
-Sí; para nosotros, sí. Lo mismo que vemos indecente que las mujeres lleven pantalones, ni cortos ni largos; la mujer debe ir con su vestido o con su falda por debajo de las rodillas.
-Vaya si son ustedes antiguas... -protesto incrédulo-, pero ¿hasta el punto de negar la conversación? Joooodeeer, es que no puedo creérmelo, de verdad.
-Pues es así.
-¿Y qué religión es ésa?
-La religión Palmariana, ¿la conoce?
-Ni idea, la primera vez que la escucho.
-A lo mejor sí conoce la religión del papa Clemente, la del Palmar de Troya.
-Sí, claro, ésa sí.
-Pues ésa.
-Anda!, aquí tan cerquita y ¡fíjate!, ni idea. Pero oye, en serio, en los tiempos que estamos... no pueden seguir tan fundamentalistas, hay que abrirse un poco a la evolución, al progreso ¿usted se  cree que esas cosas son normales, mujer?
-Para nosotros lo que no es normal es la vida moderna que lleva la sociedad actual  en la que se han perdido los valores auténticos del cristianismo primitivo y  la más elemental decencia.
-¿Pero no cree usted que esas cosas de las mangas o de los pantalones son sólo formas, modas si quiere, y que lo importante no son las formas sino el fondo?
-Suelen ir parejos. Fíjese usted: ¿tiene buen fondo la sociedad actual?
 
 
Y me contó que tiene ocho hijos, que no puede usar anticonceptivos ni siquiera para tratarse una dismenorrea que la trae con anemia severa, que está separada porque su marido no aguantaba tanto celo religioso, que la comunidad le ayuda para sacar su casa adelante... Y ya lo dejamos porque la mañana se nos iba. La próxima vez que venga tengo que sonsacarle más cosas.

Pero fijaros, eh. Y nos creíamos nosotros que los fundamentalistas eran sólo las moras con los burkas. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

¿Recortes sanitarios o eficiencia médica?

El pasado año la Dirección Médica de mi hospital denegó un fármaco -de ésos que hoy llamamos caros- solicitado por mí para un paciente afectado por una determinada enfermedad reumática. Era la primera vez que me ocurría. Y me sentó fatal. ¿Quién se cree la directora que es -una médica de Digestivo que no tiene ni idea de esto- para negarse a una petición proveniente nada menos que del doctor Rivera, médico de los más conspicuos y considerados en el hospital? A esta gente de los despachos sólo les importa el ajuste de las cuentas, cerrar bien los balances. Como ellos no se encaran con los pacientes, ojos que no ven, corazón que no siente... Ésas y parecidas reflexiones ensartaba entonces con ánimo verdaderamente indignado. Sin embargo -justo es reconocerlo-, se me dieron por escrito las razones del rechazo y se me explicaron otras alternativas terapéuticas posibles. Por cierto que el uso de una de estas terapias más "normalita" (más barata, bastante más) resultó totalmente eficaz para mi paciente. Lección de humildad.
La mujer de quien os hablo ahora, otra paciente mía, no ha tenido tanta suerte. La conocí a primeros de Julio y ha muerto hace unos días, a últimos de Septiembre. Tenía un cáncer de páncreas ya bastante avanzado, con metástasis en el hígado y en el peritoneo. En semejante estadio de su enfermedad y con setenta años, el pronóstico es tan malísimo -tres meses de supervivencia como mucho- que no vale la pena intentar ningún tratamiento que no sea paliativo, es decir, sólo para mitigar el sufrimiento. Así se lo expliqué a sus hijas. Pero ya sabéis: "Doctor, mire usted que nos han dicho que por qué no la ve el oncólogo, a ver si se puede hacer algo más..." No te vas a poner ahora a regatearle algo tan sencillo a unos familiares tan sensibles en este contexto. Vale, consultamos con oncología. "Pero que sepáis que yo no lo tengo nada claro. Yo creo que esta mujer no se va a beneficiar de ninguna quimioterapia". "Bueno, doctor, pero nosotras nos quedamos más tranquilas". La pobre mujer se ha ido al cielo, pero ha tenido que soportar dos sesiones de quimio... innecesarias, caras y fastidiosas.

Un anciano de ochenta años, allegado mío, con una enfermedad arterioesclerótica generalizada ha sido rechazado por el equipo de cirugía vascular de su hospital a la hora de una eventual intervención quirúrgica sobre un aneurisma grande en la aorta abdominal. Las razones esgrimidas por sus cirujanos -compartidas plenamente por mí- hacen referencia a la avanzada edad y a la coexistencia de otros trastornos severos en otros órganos, principalmente un enfisema pulmonar con insuficiencia respiratoria. Sin embargo, me consta que algún miembro de la familia va diciendo por ahí que no operan al paciente por culpa de los recortes.


Ya lo sabéis: no soy experto en finanzas. Ni me gustan los números. Lo mío son las letras, no las del Tesoro, sino éstas, las que se escriben. Por eso, las reflexiones que vienen a continuación son sólo eso: reflexiones personales que no pretenden convencer a nadie de nada, sino exponer de una manera parcial y subjetiva cómo se pueden entender  los recortes por alguien que vive en la cocina del sistema. Soy consciente de que estoy pisando charcos cenagosos. Pero con vosotros hay confianza.

Me preocupa, claro está, como a cualquiera de vosotros si no más, todo lo relacionado con los recortes en sanidad. No puedo aceptar -no creo que jamás ocurra- lo del copago farmacéutico del 10% para los medicamentos carísimos, eso es imposible hombre. Nunca negaré asistencia a un enfermo sin papeles e inventaré argucias, si necesario fuera, para proporcionarle documentos, medicinas de "estraperlo" o citas médicas a escondidas, oficiosamente. No comparto del todo -y admito que puedo estar equivocado- el excesivo alarmismo actual de algunos medios alertando sobre la supuesta prohibición o limitación de determinados fármacos caros a pacientes cancerosos o con hepatitis C. Yo no he visto nada de eso. En los hospitales disponemos de unos Comités de Investigación y de Ética que vigilan cuidadosamente todos esos asuntos. Hasta el presente, lo que yo percibo de recortes en mi hospital afecta más al personal laboral que a los propios pacientes. Por ejemplo, la disminución significativa en los sueldos, la no sustitución de las bajas laborales, los contratos al 75%, la falta no infrecuente de cosas tan elementales como papel higiénico, folios, tinta-tonner... cosas de andar por casa.

Y hoy, cosa rara, no quiero meterme con los políticos ni con la política sanitaria. Para consuelo de mi amigo Daniel. Deseo hacer una crítica constructiva acerca de comportamientos habituales en los médicos y en la población sobre el mal uso de los recursos sanitarios. Y para ello voy a intentar desmenuzar tres grandes bloques de convicciones en la población que se dan como verdades absolutas.

El gasto médico.

No sabría yo cuantificarlo -doctores ha de tener la Iglesia-, pero en boca de los expertos una grandísima proporción de todo lo que se gasta en Sanidad es inducido por los médicos. Lógico que así sea. Y de esa ingente cantidad de dinero, la mayor parte se va en medicinas, recetas y pruebas diagnósticas. Eso tiene que ser así. No hay otra. De acuerdo. El problema surge cuando resulta que los médicos -metámonos todos y sálvese quien pueda- no somos conscientes de esta circunstancia, de que de nuestro bolígrafo, cual bisturí enloquecido, se origina una verdadera sangría de billetes; y si lo somos, nos da igual, no reparamos. Ejemplos, a patadas: por no enfrentarnos con un paciente determinado o por pura desidia recetamos fármacos innecesarios o incluso inútiles del todo; por novedad o por contagio de otros compañeros nos lanzamos por fármacos nuevos, mucho más publicitados y, desde luego, más caros. Miradme a mí mismo en el caso de mi paciente reumático. Por no "perder" un tiempo precioso en la consulta solicitamos ecocardiogramas o resonancias o cualquier otra prueba diagnóstica sin apercibirnos de que ya en su historia consta esa prueba realizada solamente dos meses antes. Y la repetimos sin más. Y ni se nos ocurre pensar en el gasto superfluo que estamos generando con esa actitud... Y hoy no toca el tema del gasto en recetas inducido por prebendas de los laboratorios. La receta que renta. 

Hasta donde yo se y conozco, los médicos del sistema público nos estamos convirtiendo en trabajadores por cuenta ajena, asalariados asépticos que acuden a echar su jornada lo más tranquilamente que sea posible, cuanto menos compromiso, cuanto más desafección con el sistema, mucho mejor. "Oye, que me han dicho que ya no trabajas de tarde, ¿es verdad?" "No, cuando no trabajo es por la mañana; por la tarde es que ni voy". No tanto, pero podemos llegar a eso. Creo que en este punto nos hemos equivocado todos, la Administración y nosotros. Una Empresa no puede dejar en manos de asalariados sin más la mayor parte de su presupuesto. Tiene la obligación de saber implicarlos, de hacerlos partícipes de los logros, de que sientan el proyecto como algo propio. Un médico implicado y comprometido mide y calcula, ahorra sin necesidad de racanería. Es eficiente. Ya sé que no es fácil, que los médicos somos muy nuestros, con intereses muy dispares, hijos cada uno de nuestros padres... Pero hay que intentarlo. Y nosotros, los médicos... En fin, yo estoy muy defraudado también de nosotros mismos, nos creemos el centro de todo, todo el mundo lo hace mal menos nosotros, desconfiamos sistemáticamente de nuestros gestores, a quienes consideramos médicos mediocres que se sirven de la politiquilla del hospital para medrar. No sé... llevo treinta y tres años de médico de hospital y esto no cambia.


Libertad de prescripción.


El médico no puede sentirse coartado por nada ni por nadie a la hora de prescribir. Tonterías. Una frase hecha rimbombante. Freedom for Catalonia. Lo mismo. Chorradas. ¿Quién es libre para nada? Todos estamos condicionados. A la hora de prescribir, el médico se encuentra tremendamente influenciado por su rutina, su experiencia, la de sus compañeros, su relación con la dirección del centro y con los laboratorios. Actuamos de manera que parece importarnos bien poco el precio de los medicamentos. Mirad, para que os hagáis una idea: la Clortalidona -fármaco antiguo para tratar la hipertensión- cuesta 2,5 euros una caja con 30 comprimidos; o sea, dos euros y medio al mes. El Valsartán -uno de los antihipertensivos modernos- cuesta entre 30 y 34 euros al mes. Y ambos sirven para  lo mismo. Pero hombre, me diréis, alguna o mucha diferencia habrá entre ellos, seguramente el más caro será también más potente, más eficaz. Sí, es cierto. El problema es que repartimos Valsartán a todo quisque con hipertensión aún sabiendo que una nada desdeñable proporción de pacientes hipertensos se controlaría perfectamente con Clortalidona u otro fármaco más barato. Pues no, Valsartán que te crió. Es muy fácil disparar con pólvora ajena, solemos decir, ¡verdad? Imaginaros que estos fármacos estuvieran expuestos en los mostradores del Mercadona con sus precios respectivos rotulados al pié. Siendo yo hipertenso y rácano probaría primero con el más barato, no lo dudéis ni por un momento. Si de verdad miráramos un poquito por nuestra Empresa otro gallo nos cantaría.

Yo quiero para el médico libertad de prescripción, claro que sí. Pero antes que eso debemos estar capacitados, ser honestos y eficientes. Y, sobre todo, libres de compromisos espurios con las firmas farmacéuticas.


Para el paciente, lo que haga falta.

En efecto. Pero ¿quién decide eso tan confuso de "lo que haga falta"? Deberían de consensuarlo el propio paciente y su médico. Yo tengo la impresión de que hoy en día les hacemos a los pacientes más cosas de las que son estrictamente necesarias. Y esto es seguramente inducido por la medicina defensiva y por la presión social. Todo es posible en medicina, pensamos. Y no es verdad. Hay muchas cosas imposibles. Y, por contra, las expectativas de la gente son insaciables. Y todo cuesta dinero, todo, maldita sea.

En clase, les insisto a los alumnos de medicina que ante cualquier decisión clínica que hayan de tomar en el futuro con sus pacientes han de plantearse siempre los binomios del beneficio/riesgo y del beneficio/coste. Para el paciente, lo que sea menester, sí, pero teniendo en cuenta siempre que el beneficio esperado de cualquier actuación nuestra sea superior al riesgo al que lo sometemos, no vaya a ser que fuera peor el remedio que la propia enfermedad. Y luego está el tema del coste. Esto es algo que la gente no acepta bien del todo, no nos vamos a poner a mirar el dinero cuando está por medio la vida de una persona. Pues aún así es necesario mirarlo. En primer lugar porque lo primero es el paciente, precisamente por eso. Si el beneficio esperado de un acto médico es muy pobre, casi despreciable, posiblemente faltemos a la ética llevándolo a cabo, máxime si entraña algún riesgo serio o si es muy caro. Arriesgar y gastar sin esperar beneficio es tontería ¿no? Y en segundo lugar porque parece que no hay dinero para todo. ¿O acaso sí que lo hay y lo estamos malversando?

Los cirujanos vasculares están deseosos de poner prótesis. Me consta. Es una de las tareas más fascinantes y agradecidas para ellos. Se trata de salvar vidas de verdad. Si un cirujano se echa atrás a la hora de una de estas intervenciones es por algo gordo. Ha medido la razón beneficio/riesgo y la ha encontrado desfavorable para el paciente. Ni siquiera se ha fijado en el coste, ha considerado que este hombre, allegado mío, tiene 80 años y un enfisema pulmonar y una arterioesclerosis generalizada y mucho riesgo de quedarse frito durante la anestesia o en el postoperatorio inmediato. Y ha pensado con buen criterio que "viva la gallinita con su pepita" hasta que Dios quiera. Para una vez que un médico actúa con sentido, encima le ponemos pegas.

Mi paciente del cáncer de páncreas, sin embargo, no debería de haber sido tratada con quimioterapia, desde mi punto de vista. Si aplicamos la razón beneficio/riesgo sabíamos de antemano que el beneficio sería nulo. Lo sabíamos. Tanto con quimio como sin ella la supervivencia iba a ser de tres meses mal contados. A lo mejor con quimio se alarga a cuatro. No vale la pena. Quizás sea ya la hora de proclamar que lo primero, el valor más absoluto, no es la vida, sino la vida digna. Y yo no quiero un mes más de vida indigna. Y encima con un tratamiento que me machaca el estómago y cuesta un pastón.
Algunos de estos supuestos podrían evitarse si pudiéramos ser absolutamente francos con nuestros pacientes. Pero entonces nos comportaríamos con crueldad. Y tampoco podemos. Yo no puedo decirle a la mujer del cáncer de páncreas "Mire usted, Aurora, lo suyo es cosa de tres meses hagamos lo que hagamos. Arregle usted sus asuntos particulares y domésticos, póngase en paz con Dios y con las criaturas y prepárese". Entonces, la mujer hubiese rechazado la quimio, ¿no creéis? A mí me gustaría que, llegado el caso, me lo dijeran así. Pero reconozco que nuestra sociedad no está preparada para esta crudeza.


Hoy, por tanto, no me meto con los políticos. Critico a los médicos. Tenemos mucho que mejorar. Nosotros que tanto rajamos de  una Administración castrante no queremos darnos cuenta de que con nuestra actitud y nuestra desafección estamos mordisqueando continuamente la hasta ahora generosa mano que, pese a todo, nos sigue dando de comer. Y no aprendemos, oye.


  

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El discurso del novio

Me siguen gustando las bodas.

De boquilla reniego de ellas, sobre todo de las celebraciones nocturnas excesivas. Quillo, que no me hallo bailoteando y haciendo el ganso a las tres de la mañana ni, mucho menos, apurando el enésimo mojito en el bullicio vicioso de la barra libre. La noche se ha hecho para dormir.

Para mi gusto, las bodas, al medio día, con toda la tarde por delante para desengrasar.

Pero, pese a todo, me siguen gustando las bodas. Todas. Las civiles y las religiosas, las hétero y las homo. Bueno... todavía no he tenido ocasión de asistir a ningún enlace entre gays, ya os contaré si llega el caso. Tengo ganas, no creáis; más que nada porque esta gente suele rodearse de unas amigas "guenísimas". Y además que debería ir aprendiendo todo ese tejemaneje para cuando llegue, ya de más viejos, el ansiado día, esperado desde nuestra infancia, del enlace con mi novio, una vez, claro está, esparcidas por los aires las cenizas de la Paqui y la Peque.  

He llegado a la conclusión de que mi gusto por las bodas se basa en tres elementos. Vamos a por ellos.

Compromiso. Una boda, ante todo, es un compromiso de amor duradero y sincero hecho público ante testigos fiables. Así quiero verlo yo. Y me gusta eso. Cualquier manifestación de amor es de mi total agrado. Son bonitas, muy bonitas, las palabras que se dedican los novios, las epístolas de san Pablo que nos leen los curas y hasta los capítulos de la Constitución con que nos instruyen los concejales. Todo ello para hacer hincapié en el compromiso de amor. Me gusta.
Encuentro. A la mesa de una boda me reúno con amigos. Da igual que sean amigos de contacto diario que otros que vivan fuera. Amigos. Me gusta mucho comer con mis amigos. Y más, (conociendo mi condición de rácano) un menú exquisito que te parece gratis porque lo has pagado (y al doble) dos meses antes. Me gustan las comidas de las bodas.
Tías. Lo mejor. Las mujeres se ponen lo mejorcito que tienen, se compran modelitos atrevidos, se peinan, se atusan y se adornan con sus más preciados abalorios. Una boda no sería lo mismo sin el colorido, el glamur, los escotes y los cachos de cachas que ponen las tías. Yo creo que es de mucho agradecer. Hasta la misma Peque me parece una mujer distinta en la mesa, me imagino como si estuviera ligando. A mis años.

El pasado sábado fuimos a la boda de Jesús y de Laura, unos muchachos fabulosos, como cualesquiera de nuestros hijos. Salva y Ana, padres de Jesús y nuestros anfitriones, pueden estar bien orgullosos. Como es lo habitual, la boda se celebró en una finca, una hacienda rural adaptada para estos eventos. El Aljarafe está plagado de ellas. Es éste otro de los elementos de valor que he de añadir a mi gusto por las bodas: el entorno. Muchos cortijos antiguos se han convertido en hoteles, casas de turismo rural o lugares de celebraciones. Me parece muy bien.
 
Como toda boda civil, la ceremonia y su boato fue maquinada por los hermanos y algunos amigos de los novios, claro está, gente nueva con muchas ganas de divertirse y de prolongar la cosa mucho más allá de lo que la prudencia, la edad y los traseros de los invitados aconsejan. Dos horas, tío. Las piernas, dormidas, acorchadas, oye. Pero estuvo muy bien. El signo guía de la ceremonia fue el escultismo. Ambos novios han sido scouts y scouters, así como la mayoría de amigos allí presentes. Por lo que pude comprobar, el escultismo marca las vidas de su gente de manera similar a lo del seminario con nosotros. Y lo hace para bien. Su lema no puede ser más significativo: encuentra la felicidad haciendo felices a los demás. Me gusta, sí señor.
 
Casi al final los novios se regalaron unas palabritas. Me impresionó, de verdad, el discurso del novio. Naturalmente que estaba escrito y preparado por él mismo, claro que sí, como tiene que ser. Fue muy bonito, muy romántico, muy elaborado y delicadamente entretejido desde el punto de vista literario. Muy original. Comparó la vida en pareja con una canción de amor. Y aplicó distintos y variados contenidos de su ya nueva e inminente relación amorosa a la estrofa, al estribillo, a la introducción y al desenlace. Y resaltó que, así como hay canciones que se te cuelan en la médula para siempre, lo mismo pasa con el amor de pareja, que nunca caduca, que nunca es pasado, que siempre ha de perdurar como presente. Me encantó. Y a la Peque y a la gente de nuestra mesa, también.
 
Se lo recordé a ambos novios al saludarnos en el banquete. Lo acertado del mensaje. Y les dejé, además, algo de mi cosecha. Les dije por lo bajito que para mi forma de ver las cosas, el secreto de la vida en pareja está en no perder nunca el enamoramiento mutuo. "La cosa consiste -me encaro con Jesús- en que mirando a esta mujer cuando pasen cuarenta años la veas igual de radiante que ahora mismo. Con arrugas, con pelos canosos y teñidos, con tetas y culo colgones... pero luminosa, esclarecida y bonita".
 
Y miré de soslayo a mi Peque para comprobar que estaba diciendo el evangelio, la pura verdad. 

martes, 17 de septiembre de 2013

El libro.

Ya está editado y publicado el libro. Por fin.
 
Como era de prever, Agosto se ha pasado en blanco en los talleres funcionariales y hasta ahora no se había retomado el tema. Esto me ha tenido algo más atareado de la cuenta y puede explicar en parte mi pereza en la escribanía. Sé de vuestra avidez por las quejas que recibo de algunos de vosotros. Paciencia, coño. Os tengo muy mal acostumbrados. Ahora, encima, nos vamos otros 15 días de vacaciones repartidos entre Isla Antilla y Benalmádena y no podré escribir nada. La culpa es de Jaime y de Paqui por no tener Internet en su apartamento.
 
Bueno, el libro. Ha quedado muy bien. Ya tendréis ocasión de comprobarlo.
 
Manolo Gutiérrez, amigo, compañero nuestro de seminario y uno de los vicepresidentes de la actual Diputación de Córdoba, se ha tomado la tarea como propia y ha hecho posible la edición en un tiempo récord, dadas las circunstancias estivales antes dichas. Para mi propósito todo han sido facilidades. Y gratis total. Muchas gracias Manolo. Que Dios te lo pague.
 
Una anécdota graciosa: este lunes pasado he ido a la Diputación a recoger el lote de los libros (cien, creo, pero hay más) y he aparcado mi coche en un sitio reservado para los alcaldes. "Aquí mismo, Peque" -le digo a mi mujer harto de dar vueltas por el parking atestado-. "Pero chiquillo que esto es para los alcaldes" -¿cómo no va a poner pegas tu mujer aparques donde aparques, es una cosa natural-. "Me da igual, aquí quedó, Manolo me ha dicho que tenía un sitio reservado y va a ser éste, fíjate". Y le digo luego al vigilante, "Mire, hemos aparcado ahí mismo, en el sitio de los alcaldes, usted diga que yo soy el alcalde de Palenciana, ¿vale?" "Pero ¿no es una alcaldesa la de Palenciana?" -me dice el tío cachondo-. "Bueno... es verdad, coño... diga usted que es mi mujer, ya está". Y se lo tomó a bien.
 
También tiene su mérito la Corporación Municipal de mi pueblo  con todo el coñazo que me ha dado en los últimos meses animándome a la publicación del mismo. Gracias Cipri, Conchi y Carmela. Por pesaos.
 
Y al Pintor y a Victoria por haber sido los impulsores de esta idea con fines totalmente altruistas. Sabéis que toda la recaudación que obtengamos irá a parar íntegra a una ONG que trabaja en temas educativos en Nicaragua. Tenemos que construir y dotar una escuela de Primaria. Gracias Victoria, gracias Antonio. Por vuestro compromiso.
 
Y gracias también a mi amigo Frasqui por esa labor oculta y oscura de corrección, impulso y consejo. El pobre, cuando quiere decirme algo no lo escribe en los comentarios por no molestar; me llama o me lo pone en mi correo particular. De estas cosas no os enteráis, claro está, pero mucha parte del éxito obtenido por mi blog entre vosotros se lo debemos todos a él.
 
Va a ser un problema lo de la presentación, me temo. Estoy barajando seriamente no presentarlo oficialmente en Córdoba, sino solamente en Palenciana.
 
Veréis: en Córdoba ha de ser necesariamente un día laboral en horario de mañana. Por la cosa de los medios. Y yo digo que no tengo ninguna necesidad de esto, ni deseo publicidad de ningún tipo, ni considero que ni libro ni autor estén interesados en semejante puesta en escena mediática. Me conformo (y ya es bastante) con que mis lectores actuales y sus allegados compren el libro y con ello  podamos alcanzar el objetivo propuesto. Por otra parte será muy difícil reunir a más de diez criaturas un día laboral en horario de mañana. Pero también hay que considerar los intereses institucionales de Manolo. Quizás para la Diputación sea conveniente publicitar todo aquello que hace a petición de los ayuntamientos. Es verdad. Y Manolo es tan noble que ni lo insinúa. En esta tesitura me hallo. Os tendré informados.
 
En mi pueblo ya hemos acordado que la presentación será el 4 de Diciembre, Día de Palenciana (d.m.). Aunque muchos de vosotros no podáis asistir el salón de actos se llenará con mis paisanos. Y será un acto mucho más cercano, familiar y emotivo, nada de boato publicitario. Eso es lo que yo deseo.
 
Bueno, ¿y cuánto va a costar, a todo esto? Mis asesores me dicen que 10 euros. Está bien ¿no? Pues id preparando billetes sueltos.
 
Sin prisa, que todavía no sé cómo voy a distribuir los libros.
 
Un abrazo a todos y hasta pronto.  
 
 

viernes, 6 de septiembre de 2013

Algún día tenía que ser.

Casualidades de la vida. Algún día tenía que ser. Y ha sido hoy, fíjate.
 
Sabéis que me gusta entrometerme en la vida y milagros de mis pacientes. No es por morbosa curiosidad, sino por crear un clima favorable y por disponer de cuanta más información mejor para atender sus necesidades asistenciales. Os parecerá increíble, pero, en ocasiones, cosas tan simples como saber de dónde sea un paciente, en qué trabaja o cuáles sean sus hobbies, tienen su importancia a la hora de la elucubración diagnóstica. Por ejemplo, al considerar el diagnóstico diferencial de una persona con fiebre prolongada tiene muy distintas connotaciones si tal persona vive en un medio urbano o en otro rural; e incluso dentro del mismo pueblo, si el paciente tiene afición por los perros o si vive en una calle por donde pasan cabras o hay cerca corraletas de cerdos o pajarerías. Alguien que venga de Lebrija tiene muchas posibilidades de tener una enfermedad del tiroides, sea cual sea el síntoma que lo guía. En fin, que sí, que os digo yo que sí.
 
Pues esta mujer de la que os hablo hoy es nueva en esta plaza. Es la primera vez que viene a mi consulta. Y resulta que es del Viso del Alcor. Naturalmente, como a cualquier viseño que me visita, le hablo de mi admiración por su pueblo, y, más que por el pueblo en sí, por la pastelería de san Blas. Uhmmm!, ¡qué maravilla de magdalenas!

-Yo voy bastante por el Viso -les digo a la paciente, una señora mayor y bien emperifollada, y a su hija que la acompaña-. Me gusta el pueblo, sí.
-Anda, ¡pero si nuestro pueblo tiene muy poco que ver!...
-Algo habrá -me hago el misterioso.
-Una novieta o algo parecido, ¿verdad? -se atreve la anciana con descaro.
-¡Mamáaaaa!
Y me río de buena gana ante tal ocurrencia. ¡Para novias estoy yo que casi no me la encuentro ni para mear!
-No mujer, ¿qué va? No, no es eso. ¿Usted me ve a mí pinta de novio?
-Yo lo encuentro interesante, vaya.
-Muchas gracias, señora. Es el primer piropo de la mañana.
Y ahora son ellas las que se ríen.
-No; la cosa es más sencilla: me encantan las magdalenas de san Blas.
No he terminado la frase cuando ambas mujeres dan un grito de sorpresa mayúscula que me hace dudar de si habré metido la gamba sin querer con alguna de mis frecuentes imprudencias.
-¡Qué pasa? ¿Qué es lo que he dicho?
-¡Ay, ay, ay, por Dios! Nada, nada, no se apure usted -y me mira la vieja con ojillos pícaros-. ¡Que nosotras somos las dueñas de la pastelería!
-¡Andáaaaaaa! ¡Vaya sorpresón! -y es verdad que me quedo incrédulo ante tal nueva-. Menos mal que no he mentado a Riaño.
-¡Ah! No pasa nada. Nuestras magdalenas no tienen competencia. Los de Riaño también lo saben.
-No es porque estén ustedes delante, pero es verdad, no hay comparación. Por lo menos para mi gusto.
-¿Y cómo llegó usted a enterarse de lo de nuestra pastelería?
-Bueno... Tiene fama en todo el hospital, mujer. A mí me regalaba con mucha frecuencia una paciente mía del Viso, Milagros Santos Algaba, no sé si la conocerían, ya murió, la pobre, hará un par de años...
-Claro que la conocíamos. De mi misma edad. En la calle La Muela vivía, sí -interrumpe la anciana.
-Pues ella fue quien me empicó con las magdalenas. Y desde entonces rara vez faltan en mi casa. Mirad, no es raro que me encuentre con una caja de las grandes, de ésas que son mitad de chocolate, mitad de azúcar glaseada, que haya comprado hoy, un poner, y otra de las medianas que me regale uno de mis pacientes mañana, por ejemplo. Hasta con tres cajas me he llegado a ver a un tiempo. Y las tengo que congelar, claro.
-Están igual de buenas cuando se descongelan.
-Y que lo diga.

Pues que sepáis, amigos míos, que me ha emocionado mucho conocer a estas personas. Algún día tenía que ser, veo a tanta gente del Viso que, por ley de probabilidades, tenía que tocar ya. No sé, soy tan goloso que considero a los pasteleros como verdaderos artistas del placer culinario. Yo me paro en los escaparates de las pastelerías y se me va el tiempo embelesado con los monigotes de merengue, las figuritas de chocolate o las milhojas de nata. Aguanto estoicamente sin entrar. Ni siquiera me relamo. Sufro y disfruto a un tiempo. Y pienso entonces en lo cansino que me resulta la visita a los museos a los que la Peque me obliga a entrar, o en el tostón que debe de "aguantar" el Pintor, de vía crucis diario y voluntario por las librerías de Córdoba, comparado con lo agradable de un paseo por un bulevar salteado de confiterías. Antonio Pintor es el tonto de los libros, mi Peque es la tonta de los museos y un servidor es el tonto de los dulces.

-La próxima vez que usted vaya por allí pregunte por Mercedes "La Chilondra". Y yo mismo saldré a atenderlo.
-Ni hablar, que no me cobras.
-Eso ya lo veremos.

Y ahora me da cosa de ir. Por no hacerle el compromiso. Pero al final iré, ya veréis.

domingo, 25 de agosto de 2013

Confianza sí, pero no para tanto.

No me cuesta nada ganarme la confianza de mis ancianos enfermos. Nada. Una caricia en la nariz porretuda, un pellizquito en la oreja colgona, casi simiesca, un beso tierno en la frente acartonada, un chiste corto y picante... y los tengo en el bolsillo. Nada tan eficaz como el afecto para que un viejo te abra la puerta de su alma.
Pero esta vieja no es lo mismo. Ésta tiene un Alzheimer con bastante deterioro mental, no se entera de la misa la media y, adormilada en la cama, no parece muy receptiva a mis halagos. En casos como el de esta mujer hay que intentar motivar con referentes muy cercanos.

-¡Carmen! -la despierto mientras le aprieto un poco con mis nudillos en la tabla del pecho.
-¡Eh, que eso duele so coño! -y me retira mi mano con fuerza-. Joer ya con las tonterías -pero he conseguido despabilarla.
-Carmen, mírame, ¿quién es esta mujer de aquí? -le señalo a una chica sudamericana, su cuidadora.
-Esta es mi niña, que la quiero mucho.
-¿Cuántos años lleva contigo?
-Pssss... yo no me acuerdo, muchos ¿no verdad? -sonríe a la muchacha.
-Seis años mamita -replica la joven-, día y noche contigo.
-Eso.

Ya la tengo medio engatusada.
-Carmen, dime, ¿tú de qué pueblo eres?
-Yo?, del Viso.
-¡Vaya hombre, del Viso! -hago como que me extraño-. Supongo que habrás probado el menudo de Capote -y ahora se me queda mirando con los ojos muy abiertos como diciendo y éste de qué conocerá estas cosas de mi pueblo.
-Pues vaya que sí, pero hace mucho, cuando era más nueva -se queda un ratito pensativa o quizás absorta intentando encontrar el oremus extraviado-. De mocita yo vivía puerta con puerta con el bar de Capote, fíjate.
-¿Y las magdalenas de san Blas? ¿Qué me dices?
-Que me gustan más las de Riaño.
-Tampoco están mal.

Ya la tengo preparada. La mujer ha ingresado por una sospecha de hemorragia digestiva y debo de comprobar el color de las heces y la normalidad del canal anal. En las personas mayores un cáncer de recto puede manifestarse así. Total que tengo que hacerle un tacto rectal, meterle mi dedo índice por el culo. Cualquier vieja de nuestro entorno te pone mil entrepuestas, "A mí ni pensarlo", "Desde que murió mi marido nadie me ha visto a mí eso", "¡Qué barbaridad!"... Muchas, no obstante, se resignan, "Mujer -les digo-, yo estoy casado y además llevo casi cuarenta años de médico, he visto tantos culos por delante y por detrás que para mí es algo natural". Veremos cómo reacciona ésta.

-Carmen, verás, ahora tengo que hacerte una exploración por abajo, por ahí detrás.
-Bueno -responde tranquila sin darse cuenta del todo a lo que yo me estoy refiriendo.
-Sí mamita -ayuda su cuidadora-, es para averiguar por qué te duele la tripita ¿vale?
-Que sí, que vale.

La rodeamos en la cama, le despegamos las amarras del pañal y ya, su culo expuesto hacia mí, guantes y vaselina preparados, le meto el dedo con toda la delicadeza que puedo.
-Carmen, que voy.

Notar un cuerpo extraño en su salva sea la parte y volverse airada hacia mí fue todo uno.
-¡Pero chiquilloooooo!... ¿qué es lo que haces? -y enseguida, sin darme tiempo a responderle y tranquilizarla, mira furibunda a la muchacha-. ¡Niñaaaaaa!, ¿has visto?, ¡a este hombre no se le puede dar confianza! 

¿Tienen gracia o no tienen gracia mis abuelas?

viernes, 23 de agosto de 2013

Yerbas del cementerio.

A todo esto, la mujer, pobrecita, casi entregando la cuchara.
 
Salgo con su hijo al pasillo de la planta y me lo llevo a un despacho cercano para hablar con él en privado. Es un joven que no debe llegar a los cuarenta (para nosotros, los carrozas, cualquier persona por debajo de los cincuenta es joven), un tipo bien fornido, pecoso y caoba, copia fiel de su tataratataratatarabuelo, seguramente uno de los primeros vikingos con los que el rey Carlos III repobló nuestra tierra hace tres siglos. Brutote el muchacho, que no desmerezca su estirpe.
 
La mujer, la madre, tiene un cáncer muy avanzado. No vivirá más allá de un par de meses, menos aún. Está amarillo-verdosa porque el tumor ha obstruido la salida de la bilis. No puede ingerir ni  agua porque el puto tumor ha invadido el duodeno y lo ha taponado no permitiendo siquiera el paso de una sonda. Se morirá en unas semanas si no hacemos algo. Y así se lo planteo al hijo.
 
-¿Y qué cree usted que podemos hacer? -inquiere curioso una vez oídas mis explicaciones.
-Debemos de hacerle una pequeña intervención quirúrgica, mínima, para darle paso a la comida -y le pinto en una cuartilla unos garabatos que pretenden ser el estómago, el duodeno y el yeyuno-. ¿Ves? -le explico-. Se le agarra esta parte del estómago y se le pega al yeyuno sorteando el duodeno; así el alimento pasa directamente desde el estómago al yeyuno y ya sigue al resto de la tripa -y me quedo yo tan pancho y admirado de mi dibujo.
-¿Y esto para qué, si de todas formas no hay salvación? Yo, doctor... casi que prefiero no hacer nada y llevármela a casa, la pobre lo está deseando.
-Es verdad, no creas que andas descaminado. Yo tengo mis dudas. Lo que pasa es que da mucha grima tener a una persona en casa sin poder alimentarla, sin poder darle agua siquiera, fíjate qué tragedia y más ahora con cuarenta grados a la sombra. Aunque tuviera los sueros puestos no podría disfrutar del agua fresquita, enseguida vomitaría mucho más de lo ingerido... Morirse, se va a morir igual, pero al menos que pueda comer y beber ¿no te parece? 
 
Y se queda un rato pensativo, agachado, los codos apoyados en sus rodillas y la cabeza encajonada por ambas manos. Creo que lo he convencido. Y de pronto, como si se le hubiese encendido una bombilla en su cerebro, saca de su bolsillo una bolsita de plástico llena de algo y me suelta:
 
-Doctor, a ver si sabe usted lo que es esto -y me alarga la bolsita. La destapo y veo un manojo de yerbas secas-. Huélalas usted, haga el favor -me las acerco a mi napia y huelen bien, parecido a la yerbabuena.
-¡Uhmmm! huele muy bien, ¿qué son?
-No lo sé, creo que se llaman extractus no sé qué, son unas yerbas curativas, yo las esparzo en mis corrales y en mis perreras y desaparecen las garrapatas al instante, tengo mis perros siempre limpios. En mi casa no hay resfriados, al menor síntoma doy a oler a mi gente estas yerbas y se acabó, tienen propiedades contra los gérmenes, de verdad doctor.
-Y no sabes cómo se llaman?
-No; a mí me las enseñó un pastor hace ya más de veinte años. Crían solamente en un lado del cementerio, nada más que ahí. Muy poca gente lo sabe... -y se detiene un momento para continuar con voz más queda, como si confesara un secreto-, ¿y si le diera a mi madre infusiones y vapores con ellas?
-Vapores, infusiones no porque las vomitaría. Mira, yo no creo en estas cosas, pero daño seguro que no le hace. Si ella y tú tenéis fe en las yerbas por mí que no quede. Pero la intervención debería seguir adelante ¿no?
-De acuerdo.
 
Y vuelvo a pensar en lo mismo. Cuando nos vemos perdidos, cuando la ciencia nos abandona, echamos mano de la magia, llámese ésta el santón de Arcos, el escapulario de la Virgen del Carmen o esas yerbas cerca del cementerio. "Semos" así las criaturas del Señor.